dimarts, 5 d’octubre del 2010

Relato corto: Sueños.

Un relao escrito para un duelo en el foro de Ogame (http://ogame.com.es) y que a mi personlmente me gusta bastante.
 
Sueños


Los armónicos pasos del inmenso ejercito de sueños retumbaron milenios y milenos antes de desaparecer. Desde la guerra de ideas los sueños de un mundo de ilusiones se habían ido desvaneciendo cual ecos en un desfiladero y para entonces, la humanidad empezaba a despuntar. Los tiempos pasan y las conciencias se evaporan, mas algunas desaparecen antes de recibir el caluroso abrazo de la muerte. Mi existencia fue así, y aquí, desde este privilegiado puesto, donde se puede soñar sin despertar, os la relataré:


En tres días haría tres meses que el rey había dado la orden y en tres horas haría tres días que habían llegado a su destino. La penosa marcha hacia un atardecer sempiterno no había hecho más que sembrar el desespero entre los murmullos acallados por órdenes imperiosas que tachaban ese viaje como el más penoso paso hacia la muerte imperecedera.

Las tierras sedientas de Oriente esperaban nuestros pasos sobre su polvo, recordando a gritos su sed de sangre, morbosa y brutal. El cielo, acompañante de luto de nuestra pesimista caravana, parecía avanzar parte del espectáculo lanzando rayos de fuego al horizonte, inalcanzables.

Un destello, dos, tres, incontables y burdas imitaciones de un astro que nos vería morir y que con sorna nos acompañaría en nuestras propias armas, mirándonos de reojo en un atardecer que no es el suyo. Y después nuestra propia oscuridad, cual noche cerrada.

Aquí y allí ojos que ya no querían ver observaban el pasar de las aves. Taciturnas volvían a sus nidos después de una ardua jornada de supervivencia, sabiendo que quizás al llegar encontrarían un cuervo entre sus huevos. Nosotros éramos diferentes, sabíamos que nuestro regreso a casa nunca llegaría.

Aún así, mis hombros seguían altos, mi rostro oteaba al frente, yo aún no me había rendido. Mirar la muerte de cara, ese era mi objetivo, esa maldita no me encontraría suplicando, no. Le haría frente, y por improbable que fuese la hazaña, le apuñalaría el alma, el corazón, las entrañas, si pudiese le devolvería la vida ya que ese sería su fin, ni siquiera ella podría soportar la idea de morir en sus propias manos.



Están ahí. Pequeños dragones intentan alcanzar lo inalcanzable. Miles de ellos en un vano intento de ocultar la luz que ahora muere. El fuego que los provoca, conocedor del destino de su propia combustión, da calor a quienes mañana se convertirán en nuestros reflejos, en nuestros enemigos. Nuestro ejército se prepara igualmente y el olor a humo llena rápidamente el campamento, no somos tan diferentes, incluso vamos a morir juntos.

Mi espada me devuelve la mirada, tengo cierto miedo. Mis armas están listas, mis protecciones pulidas hasta el límite, el ejército está preparado. No queda mucho para luchar. Ya hace demasiado que esta contienda se retrasa a base de muertes inoportunas y excusas demasiado manidas. Sobran palabras y como siempre faltan actos. Somos muchos, mas ellos son más, siempre ha sido así y así seguirá, seguiremos pagando con sangre lo que ellos pagan con astas de madera, pero debemos detenerlos.

Curiosamente la noche es tranquila, demasiado tranquila. Nadie habla, ni siquiera se oyen susurros entre soldados, no hace viento ni crujen ramas, nadie ni nada quiere molestar ni ser molestado, ¿quien quiere morir molesto? Quizás realmente este sea el mejor momento para partir. Antes que ardan hogares y mueran inocentes, antes de vivir bajo el manto de la culpa y el deshonor, sobre las cenizas de un hogar arrasado por la propia culpa, antes que oír el retumbar de miles de gritos desgarradores cada atardecer.

Debo dormir y quiero dormir, pero no puedo. La estupidez del momento me revienta desde dentro, dos ejércitos, uno durmiendo plácidamente delante del otro, uno soñando en mariposas y el otro montando en ellas, ¿realmente debemos pelear?

Un cosquilleo agradable recorre mi nuca, desnuda. Ya es hora y aún no he descansado. Lentamente salgo de mi habitáculo y mi collar deja de torturarme gratamente. Un pequeño gnomo me observa desde mis pies: <<Ya es hora, debemos apresurarnos>>. Lentamente y cual zorros en caza llegamos al punto acordado sin llamar la atención.

Me siento junto a un escuálido elfo, que me saluda con una leve inclinación de cabeza. Poco a poco voy sacando las piezas de mi armadura del fardo que he traído conmigo. Todas ellas, recubiertas de mullidas pieles, ahora se quejan al encajar unas con otras en mis hombros, codos y abdomen mientras abandonan sus salvajes sordinas.

-¿Realmente necesitas todo eso? –me pregunta un exótico acento mirándome desde sus almendrados ojos.

-Nunca se sabe lo cerca que uno puede tener los espías enemigos. Ya deberías saberlo.

Una mirada y una espalda antes de perderle entre los fornidos hombros del pequeño destacamento humano que acababa de llegar. Todos ellos anchos, robustos y con idéntica expresión de ligera angustia. Ser humano tiene sus debilidades, vivimos demasiado poco para obviar la muerte.

Un total de 100 almas. Todas ellas elegidas al azar entre el grueso del ejército aunque curiosamente ningún mando ni ningún mago, y por primera vez, yo. Un par de órdenes: no hacer ruido e ir armado. Un par de recomendaciones: envolver las piezas metálicas… e ir armado.

Lentamente se empiezan a formar grupos de guerreros, todos compartiendo informaciones varias, rumores y demás. Más de tres razas enlazando motes, ideas, esperanzas y temores. Nunca antes un espectáculo así se habría concebido. Un elfo dialogando nerviosamente con un gnomo, subido a hombros de un humano, que no para de otear un grupo de cerrados enanos.
Todos ellos, todos, cual gotas de lluvia que al llegar a su destino pasan a formar parte del todo, desaparecen, renuncian a su individualidad por el bien de los demás, por la supervivencia de los suyos, por el perpetuo fluir del río. Para que los jinetes de mariposas puedan seguir soñando.

-Probablemente reconozcamos la zona, ¿no crees? –Dice un gnomo vestido de verde y plateado- Sí, llevo una cota de malla, aunque no creo que pudiese parar un espadín como ese -Me dice señalando una espada más alta que él.



Extrañado aún por su repentina aparición en escena le observo algo más detenidamente: Cuerpo pequeño, piernas cortas y poco robustas y unos brazos como ramas de abedul primerizo.

-La verdad es que no se que hacéis aquí, no servís para luchar. –le contesto.

-Ya me gustará ver quien de los dos lucha mejor si entablamos combate con enemigos.

-¿No te parece evidente?

-Para nada, eres grande y torpe, no te darás cuenta y tendrás una daga en el cuello.

-Eres divertido, supongo que pasarías por bufón.

-Si no te molesta estaba intentando entablar una conversación amistosa, pero veo que eres más rudo que un orco. –Dicho lo cual el pequeño ser emprende el camino hacia el grupo de enanos. Le sigo con la vista: Cruza con ellos unas palabras, uno le amenaza con su hacha y otro avanza hacia él, por lo que sale corriendo y acaba nuevamente sentado a mi lado.

-La vida es dura –Me dice- mi abuelo siempre nos contaba que es mejor ir andando por tu propio camino que subir al pony de otro y dejar que te lleve, ahora me percato que tenia razón, aquí no ayudaré…

-No… eres pequeño y ágil, antes que se den cuenta… ¿Pasa algo?

-Solo que me caes bien –me replica con una sonrisa en los labios.

Desde mi familia a la suya, de mi historia a sus viajes, de mis amores a sus aventuras, en menos de treinta minutos nos conocemos algo más que media hora antes.


Entonces la disminución del tono de voz nos pone en alerta, cuarto mandos acaban de entrar: Un enano, un elfo, un gnomo y un humano.

Sus órdenes son claras y concisas, nuestro desconcierto e indignación es palpable.

-Si alguien no sigue estas instrucciones puede darse por ajusticiado. –exclama el enano en un intento de enaltecer su propio ego.

Nadie nos puede pedir algo así, no pueden pretender que nosotros hagamos precisamente eso.

-Me lo esperaba –Escupe una voz en mi cintura- por eso somos todos soldados rasos, nadie quiere involucrarse en una matanza. Voy a desertar.

-Ya le has oído.

-Evidentemente, directamente me voy a ir, no tango nada que hacer aquí. Y menos seguir este tipo de órdenes, me niego, me niego a morir, y menos matando en esta batalla, por mucho que sean órdenes y que haya jurado lealtad. Si quieres puedes venir conmigo, todas las rutas hacia el campo base deben estar vigiladas, así que nos debemos refugiar en las montañas.

-No, debemos detener esto. –Le digo, sinceramente- Leo determinación en los ojos de los demás soldados, el entrenamiento les ha convertido en títeres.

-Demasiado tarde, mira.

Acababan de colgar un pequeño cartel donde se distribuían los guerreros por grupos, cada uno bajo el comando de los más veteranos entre los presentes, los más carcomidos por la putrefacción ahora evidente de nuestro ejército y ya nos vigilaban con ojos inquisitivos.


Horas más tarde todo había acabado y ya amanecía.

-Me odio a mi mismo.

-Yo también, nunca podré arrancar la culpa de mis entrañas –Dice el gnomo mirando atrás, observando las ruinas de un pueblo amigo que forzados a saquearlo para aumentar el dolor y la furia de nuestro ejército ya dejamos atrás.

-Yo creía… que iba a morir en paz.

-En silencio.

-En armonía.

-Tranquilo.

-Muerto…

-Sí, hemos muerto en vida, ¿por qué?

-Porque alguien lo ha querido así.

-Ahora entiendo porqué nunca se ha conocido la misión de los “escogidos”, aquellos que acaban sacrificándose por su nación, nos mandan al frente, ¡al frente! ¡A primera línea de batalla!

Me responde con una pequeña sonrisa.


El Sol del mediodía ilumina nuestros estandartes. El León, la Serpiente, el Caballo, centenares de insignias de las casas más importantes de nuestra nación ondean proclamando la generosidad de sus bastiones, de sus hogares. Cantando al Sol canciones en que hablan de riquezas y de inversiones, de fraguas de armas y de guerras inacabadas, de muertes extrañas y conspiraciones estancadas, de señores y jergones sentados cómodamente en sus butacas esperando noticias de su frente particular.

Miles de soldados, amparados bajo estas insignias esperan la carga de los enemigos, se preparan para recibirlos de la mejor forma posible, amortajados si es posible. Y en primera línea de batalla, oteando los rasos paisajes de oriente, salpicados aquí y ahí por inmensas palmeras demasiado frágiles para poder mantenerse en pié si no es a base de fuerza de voluntad, enfrente de miles de soldados que podían haber estado en mi lugar, las piernas me tiemblan.

En la lejanía podemos observar-los, miles de ellos. Sus lanzas parecen sembrar el horizonte de aristas: ¿Cual de ellas va destinada a mí? ¿O a mi pequeño compañero que tiene la mirada perdida más allá del espectáculo que vamos a presenciar? Una vez oí una historia, hablaba de héroes de batalla, de soldados rasos que en el caos de las batallas aparecían para llevar a los suyos a una victoria aplastante. Pero a ellos no les fallaban las piernas ni la voz, no tenían la necesidad imperiosa de hacer algo más que estar quietos esperando, no necesitaban el ligero contacto de los escudos y armaduras de sus compañeros para resistir la tentación de escapar del miedo. Aún cayendo en la más terrible humillación.

Primero el retumbar de los truenos, ¿o son trompetas?, después el sonido de la lluvia sobre el suelo, cual miles de pasos acercándose, después unas nubes densas, cual borrascosos cúmulos de saetas, después unos seres aparecidos de la densa lluvia, húmedos y centelleantes. A diez metros, cinco, dos, uno, la batalla va a empezar: nuestras lanzas a pocos centímetros de sus torsos, el final se acerca. Creo que es un buen momento para morir, aunque me gustan las mariposas.

dissabte, 2 d’octubre del 2010

Relato corto: Ella y ella

Posteo este relato presentado en el Certamen Literario Rolero (CLR) del foro de Ogame (http://board.ogame.com.es). En este caso un relato que alguien ha llegado acalificar de amor y locura. Un relato algo confuso pero que no me desagrada para nada.


Ella y ella.



Cuando el silencio lleno el hueco que faltaba, desde su oscuro rincón una voz empezó:


<< Ya llevaba tiempo amenazada de muerte. De hecho, desde su mismo nacimiento viejos miedos le habían acechado en la oscuridad. Pero por suerte, también tenía aliados. Algunos más brillantes y nobles, otros más bajos y poderosos. Todos dependían de ella, todos deseaban poseerla. En ocasiones, incluso había encontrado refugio. En pequeños poblachos, en grandes palacios, en inmensas ciudades, en campos de batalla… Sí, en campos de batalla, y no solo en una ocasión. Agazapada entremedio de los soldados, áurea junto a los grandes generales, siendo la más fiel consejera de los reyes, alzando su espada, demoliendo a golpes los miedos de algunos, llenando de júbilo las gargantas de los demás; así era ella. Algunos, en ocasiones, le habían tachado de ser la misma que iniciaba los conflictos. La que propiciaba las traiciones, susurrando, a sus víctimas, dulces palabras al oído.

Y ese día no fue una excepción.

Pero no esperan que les describa como de sinuosa y atractiva era, ¿no? Ustedes están aquí para que se les cuente una historia, y yo, para contársela. Ciertas historias no son más que cuentos. Vidas ficticias entrelazadas para formar bellas imágenes en nuestra mente. Yo les contaré algo que pasó no hace mucho muy lejos de aquí. Pero la historia que les voy a contar es la historia de cualquiera de nosotros. La historia que cualquier hombre podría vivir si llega a entender lo que se esconde entre sus pieles, entre sus palabras…:

“Así fue que, estando el rey a lomos de su más blanco corcel, cruzó bosques y praderas con sus huestes pisando fuerte tras su estela. Descansaban poco, hablaban menos. Cada mediodía paraban lo suficiente para comer y beber, y proseguían su rítmico trote. Su meta y su destino, el de todos ellos, el frente del norte. Los rumores hablaban de una última incursión bárbara. Un ataque desesperado qué, de ser frustrado, devolvería esas pesadillas heladas a sus cuevas, muy adentro de las montañas. Dejarían de saquear pueblos y ciudades, de secuestrar y violar mujeres, de diezmar familias.

Muchos de los guerreros que formaban el ejército no habían sido llamados por sus oficiales. Eran voluntarios, soldados dispuestos a morir para erradicar el mal que desde ya hacía cientos de años atormentaba, en sueños, a los ciudadanos del reino. Todos bajo el estandarte de un futuro mejor, dispuestos a hundir su filo en la carne del enemigo para que la suya propia, y la de los suyos, no fuese la que alimentase la tierra y los gusanos. Y así, en bloque, el ejército avanzaba hacia un destino que parecía perderse entre las brumas de su optimismo pues nunca ningún ejército había sido más grande ni más valeroso.”


Vamos, no me miren así. Ya me imagino que ninguno de ustedes se siente amenazado por extraños bárbaros ni está alistado en el ejército. Más que nada por sus prominentes vientres. Pero no creo que deban descuidar su atención, créanme. Muchas veces, de lo más inesperado algo se puede aprender.


“-Señor, según los últimos informes ya nos están esperando. Su posición es cercana al último puente seguro.

-Gracias, puedes irte. –Respondió el soberano dispuesto a seguir diseñando su estrategia.- El hecho de que se encuentren en esa situación sólo nos favorece a nosotros. ¿Me equivoco general?

-Para nada mi señor. Nuestra infantería podrá barrerlos perfectamente pues se encuentran en la zona más llana de toda la sierra.

-Prudencia. No perdamos la cordura y caigamos en la tentación del desprecio hacia nuestros rivales. Quizás tengamos un buen ejército, pero para ellos es su última oportunidad. - Dijo el rey, volviendo su serio semblante hacia el mapa que reposaba sobre la mesa.- No estarían allí sin ningún motivo.

-Son bárbaros mi señor. Están acostumbrados a sobrevivir, no a diseñar batallas. –Contestó jocosamente uno de los presentes. Un joven que había ascendido rápidamente en el ejército gracias a sus estrategias.

-Y acaso no es lo mismo, ¿Rilles? Me decepcionas. Un cazador no solo debe saber como piensa él, como piensan los humanos. Debe entender como reaccionará su presa, sea cual sea esta. Debe adaptarse a cualquier cambio en el entorno, o al cambio del entorno mismo. Debe, además, preocuparse por lo que deja atrás, pues la carne putrefacta no alimenta ninguna familia. Debe elegir bien sus armas pues no todas las pieles son iguales. Dime, ¿que armas has proporcionado a nuestros soldados?

-Espadas de metal de gran calidad. Escudos reforzados y cotas de malla ligeras y resistentes. Ningún otro ejército del mundo puede rivalizar con nosotros. Ya no se trata de sobrevivir. Hoy, mañana, qué más da; en la guerra, de lo que se trata es de aplastar el rival. Ellos reaccionarán luchando sin cuartel, sin organización. Conocemos el lugar y este nos es favorable. No importa lo lejos que lleguemos, la forma en que los destruyamos o a quien entreguemos sus despojos. Hemos hecho de esto nuestra guerra y no la vemos a perder.

-Rilles, Rilles… La inocencia de tu juventud es tanto para ti una virtud como una debilidad. Pues aunque dónde nosotros solo vemos falsos fantasmas tu ves esquemas y planes, donde tu ves simplicidad e ingenuidad nosotros vemos disimulos y ardides. Quizás sean bárbaros, pero no tenemos ni la más remota idea de cómo se lo hacen para conseguir comida en sus tierras. Te aseguro, mi jovencísimo general, que para cazar un oso de las montañas no solo hacen falta buenas piernas y unos brazos fuertes. Y además, no podemos olvidar las leyendas.

-¡Leyendas, mi señor! Por favor, y sin querer negar sus palabras. De qué hablan las leyendas, ¿de grandes guerreros capaces de cazar osos con sus propias manos?, ¿de enormes ejércitos marchando hacia la victoria? No creerá en tales sandeces.

-Hay… bendito seas. – Respondió mientras tosía- Entiendes sobre guerras más no entiendes a nuestro enemigo. ¿Acaso no narran nuestras propias historias cosas parecidos? Esos no son los hechos que deberían preocuparte. Hablan de bestias inmundas, de mujeres bellísimas, de magia y maravillas. Y es precisamente esa luz la que nos debe inquietar.

-Magia. Nunca había oído tal palabra.

-La magia, chico, es el arte de hacer parecer que algo normal es extraordinario.

-No lo entiendo, mi señor.

-Magia es lo que hace tu chica cuando te mira a los ojos y te dice que te quiere.

-Sigo sin entenderlo.

-Lo harás algún día, no te preocupes por eso.

-Pero si son así de poderosos, ¿por qué nunca nos han vencido en batalla?

-Porque así lo creemos.

-No lo…

-Ni hace falta, hijo. Ahora lo que debemos hacer es, simplemente, alejar esas gentes de nuestras fronteras.

-No son gentes, son bàrba…

-Silencio. Ya basta por hoy. No se trata de entender o no entender preguntando pues llegarás exactamente a lo que yo entiendo. Interpreta lo que veas y contrástalo con la verdad. Ten tu propia visión. Entonces, finalmente, podrás salir a cazar. General Trensh, proceda al resumen de la situación.”


Cháchara y más cháchara, señores, es lo que siguió a esta conversación. Ya lo sé, ya lo sé. Ustedes quieren la historia entera pero contar una vida se llevaría la mía y ese no es mi objetivo. Les relataré, pues, qué pasó días más tarde en lo que ahora llamamos El Paso Escarpado, pero que para aquel entonces no era más que una gran planicie moteada por pequeñas flores violetas y matojos de hierba.


“Viento y bruma. Los estandartes presidían los bloques de hombres armados que acampaban en borde de la estepa que enmoquetaba el llano. Los costados de las tiendas rugían al paso de los elementos, provocando quejidos de sus moradores mientras más material era descargado de las caravanas que habían seguido a los combatientes hacia su destino.

-¿Todo bien? –Preguntó preocupado uno de los guardias de la tienda del soberano.

-Todo perfecto. – Respondió una voz desde dentro del habitáculo. Allí, el rey estaba solo. Tumbado sobre una mullida cama con la mirada clavada en el vacilante techo. Su mente viajaba lejos en el tiempo mas cerca en el espacio. Habían pasado años, demasiados meses desde ese momento que solo él había vivido. Nadie más que él mismo conocía que había pasado esa noche cuando se perdió en esos mismos parajes. Dos iris azules ardían en su mente desde ese día. Dos pozos que habían ido devorando su alma desde dentro y que le habían llevado a iniciar esta campaña. Algo en su interior le animaba a intentarlo. Debía encontrarla, ella era su otro filo. Recordaba sus finos rasgos, sus puntiagudas y a la vez elegantes orejas. Pero también recordaba como había escapad de inmensas sombras, no en vano había llevado esta vez consigo un gran ejército. Todo por un capricho… No, algo más profundo, algo que se negaba a aceptar.

Una racha de viento le devolvió a la realidad. Algo no cuadraba. No era el viento ni el frío, era algo más que desde la oscuridad de su obcecamiento no podía encontrar. Dos ojos… dos mundos. En el fondo, pensó, no había sido muy diferente que Rilles en sus años mozos. Arrogante e inquieto, el mundo parecía haber sido creado para él. Emprendía misiones arriesgadas hasta los confines más alejados del reino. Combatió contra decenas de mortales y derrotó a otros mucho más poderosos que él. Incluso llegó un momento en que se creyó intocable, y se adentró en la cordillera en busca de aventuras y desafíos.

El viento arreciaba aquel día nefasto en que su imbatibilidad quedó en entredicho. Pero no fue una espada ni un hacha lo que pudo con su determinación, sino un beso. Un beso gélido pero que despertó en sus entrañas un fuego que aún no había conseguido extinguir. Aún recordaba cuando la había encontrado bajo un pino tiritando de frío, su mirada de asombro y de alivio al ver que en lugar de rematarla la apretaba contra su cuerpo para intentar mantenerla en calor; la cueva en la que se cobijaron para pasar la noche, dónde compartieron conversas en las que el uno no entendía ninguna palabra de lo que el otro quería decirle. Recordaba su respiración pausada cuando quedo dormida exhausta en sus brazos, la suavidad del beso que le dedicó antes de soñar.

Y despertó solo, como ahora, Perdido en su propia ensoñación, borracho de recuerdos de hielo y fuego, frío y ardor.

Debía dormir, pues al día siguiente la batalla sería inevitable.”


Veo sarcasmo en sus sonrisas. ¿Acaso no les gusta mi relato? ¿O quizás es que cren saber de quien hablaba antes de empezar con la historia? No se equivoquen pues ella es atemporal. De hecho, su presencia nos acompaña hoy aquí, mañana allá, donde quiera que vayamos.


“-¡Estamos preparados para cargar! –Gritó un joven general al mando de la caballería.

-Dígale que en cuando lo considere oportuno puede proceder con el ataque. – Dijo el soberano a su ayudante, que repitió la orden con diligencia.

Dos mil hombres a caballo obedecieron el deseo de uno solo. Primero al trote y después a toda velocidad los hombres corrían por sus hogares, fustigaban a sus caballos para poder arrollar sin piedad a sus miedos y gritaban para liberar sus almas del terror de la muerte.

Al otro lado de la planicie un extenso número de enemigos esperaban, cubiertos con pieles, la furia de sus rivales. Una furia que murió antes de prender.

La caballería, el grueso por antonomasia del ejército real, perdió toda su ventaja. El general no había reparado suficientemente en la pasividad de los que esperaban recibir la brutal carga de sus soldados, no habían reaccionado como se debería esperar en tal caso. Tampoco no había estado atento al hecho de que la niebla se había hecho más espesa a medida que la luz se abría paso entre las nubes. Un pequeño cambio en el que debería haber reparado. El suelo, además, había ido ganando humedad durante la mañana. Y ahora, él y su caballo se encontraban inmóviles en medio de lo que antes había sido una seca planicie pero que ahora era un cenagoso pantano. Probablemente, pensó, sus rivales habían desviado parte del cauce de algún río cercano, provocando que ahora ni hombres ni caballos pudiesen avanzar. Ni avanzar ni volver atrás pues en su enfurecida exaltación habían dejado muy atrás el ejército de infantería y los enemigos, despojados ya de toda vestimenta, avanzaban con facilidad entre las traicioneras aguas. Pronto los caballeros cayeron presas de las lanzas enemigas. Sus espadas, demasiado cortas y limitadas por la poca movilidad en ese terreno no eran la mejor arma para ganar ese combate.

Uno de ellos le miró. Supo que moriría desde el instante en que los almendrados ojos del extraño se fijaron en él. Esbelto y ágil avanzó hacia su posición con una facilidad frustrante. Se detuvo para mirar a su víctima antes de levantar el brazo para asestarle el golpe final. En sus ojos no se veía ira, algo más profundo parecía animarle, algo brillaba en su mirada. Su lanza atravesó el cuello del general y de muchos más.

Metros más atrás el rey caía de rodillas mientras sus hombres caían a centenares. Él, que solo había buscado un sueño de juventud, que se había dejado quier por un sentimiento tan traicionero cono valioso, había fracasado. Su última visión fue la de una punta metálica penetrándole entre las costillas.”


Quizás no les parezca importante escuchar mi palabrería, pero créanme, no caigan nunca en el mismo error que el soberano de tan triste historia. Su vida, como la de muchos, estaba iluminada por ella, ¡ella! Nuestra protagonista, la esperanza. Mas se dejó cegar por ella. Donde los demás veían dudas, él veía luz. Quizás buscaba eso que él llamaba magia, quizás buscaba un “te quiero”. Todos sabemos como son los elfos, pero han sido muchos como él los que han perseguido un sueño imposible. ¿Creen que de verdad esos elfos nunca habían ganado una batalla contra los ejércitos? Su batalla no es nuestra batalla. No buscan la victoria en la sangre sino en la luz. Nosotros ganamos cuando les matamos, ellos ganan cuando comprenden. Ellos nos conocen, nos han estudiado, ya hora, como todos sabéis, avanzan por nuestras tierras ganando nuestras batallas. Nos están cazando, y todo porque, según dicen, su reina se enamoró de uno de nosotros y murió en su delirio por volverle a encontrar. >>



La taberna fue vaciándose, y él, cerveza en mano, seguía perdido con la mirada clavada en la mesa y su mano acariciando una cicatriz a la altura del pecho. Frías lágrimas se escolaban desde su corazón, apagando poco a poco, toda gloria que quedase en él. Una noche más...

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