dilluns, 14 de gener del 2013

Microrelato: Y perdón, lector, si no es tu caso.


Microrelato. Temática: Celos.

Y perdón , lector, si no es tu caso.


Tengo celos de todos vosotros, aquellos que podríais tener la chica de mis sueños.


Recuerdo como si fuese hoy lo mal que lo pasé hasta saber qué fallaba, aunque quizás ahora sea peor. Ella ha salido con varios chicos desde que me enamoré, hundiéndome cada vez más. La rabia me ha ido carcomiendo por dentro desde entonces, poco a poco. Recuerdo cómo, cuando terminaba una relación, yo iba y preguntaba al chico cómo la había conseguido. ¿Qué sabia hacer él que yo no pudiese imitar?


Primero me dijeron que quien la sigue la consigue, así que me informé y supe que el coche que la recogía en el colegio era un todo-terreno rojo. Acabé en el portal de al menos veinte casas distintas con la bicicleta tirada en el asfalto y sin aliento. Muchos portazos de desconocidos no me pararon los pies.


Comprarle flores fue la siguiente opción y como quien no quiere la cosa pregunté a una amiga común por el tema. Tulipanes naranjas, la opción segura, comentó. Sin dilación me dirigí a la floristería más próxima al instituto y, a toda prisa, compré unos preciosos. Su cara y la de sus mejores amigas fueron suficiente para que me retirase de ese asalto.


Durante su tercera relación seguí al chico día y noche. Anoté qué hacía, cómo lo hacía y a veces incluso por qué lo hacía. Concluí que el secreto eran sus ojos azules, su fama de tener los mejores del bachillerato. Orgulloso, salí de la óptica ante la sorprendida mirada de la dependienta con las lentillas ya puestas. Duré en mi aula unos cinco minutos antes de que la profesora me echase con la escusa de que no era carnaval. No llegó a verme.


Lo que vino después quizás fue lo más duro de todo. Su cuarto novio era un pintor de esos bohemios, de los que dibujan esbozos y los regalan a las chicas. Quise ser entonces más artista que él, así que adorné la fachada de la facultad con un retrato suyo y toda una declaración de amor a modo de postdata. Firmé con mi nombre completo, claro. Pocas veces se han reído tanto de mi.


Su actual pareja es poeta de profesión, y el texto que escribió para conquistarla no tardó en ser de conocimiento público. Lo analicé a fondo y ahora, por fin, sé por qué no podrá ser mía. Por el mismo motivo por el que os querría a vosotros y no a mí. No soy nada a vuestro lado porqué ellas no los buscan como yo.


Sois capaces de escribir sobre sus ojos. Os es fácil vestir bien cada día sin que os miren por la calle y pregunten si sois un semáforo. Podéis prestar un rotulador sin que se rían de vosotros e incluso apuesto a que llegáis a distinguir entre donde acaba el mar y empieza el cielo.


Os tengo celos porqué en vuestras vidas los arcoíris no son de un solo color. Como todo lo demás.


dijous, 2 d’agost del 2012

¿Quiero? Puedo.


Relato más que breve del año 2011. 



¿Quiero? Puedo. (2011)



Sábado 12 de Febrero, 14:36 horas, reporte del oficial 2187c:


Me encuentro en una calleja oscura y húmeda del este de Boston. En el suelo un charco de sangre reseca del presunto atracador enmarcado por una silueta a tiza indican dónde hemos encontrado la víctima: Un varón de mediana edad, constitución fuerte y rasgos marcadamente orientales.

Según los testigos, éste último se dispuso a atracar a una anciana cuando el presunto delincuente decidió detener el acto. Ambos, fallecido y atacante, se enzarzaron en una pelea con sendas armas blancas (encontradas en el lugar del crimen, las dos presentaban la forma autorizada para civiles) que terminó de forma trágica para el atracador. Seguidamente, el susodicho asesino procedió a devolver las nuevas pertenencias de la víctima (el monedero de la señora y un par de piezas de bisutería) a la atracada sin la pertinente autorización y después se escabulló entre las sombras.

El aviso lo hemos recibido hace escasas horas de la misma anciana denunciando el comportamiento totalmente alocado del fugitivo y a su vez informando de la presencia del cadáver en este punto. Cuando hemos llegado al lugar del crimen ésta nos ha devuelto las pertenencias que ya no le correspondían (han sido mandadas a las oficinas dónde se devolverán a la familia del asesinado) y a su vez nos ha descrito el criminal: Un varón también de mediana edad, alto y occidental. No sobra remarcar que todos estos datos ya han sido introducidos en las estadísticas públicas de delincuencia del estado para que la población siga actualizada acerca de sobre qué colectivos debe evitar estos días.

Siguiendo con el resumen de la información proporcionada por la anciana, cabe destacar el hecho de que éste criminal se clasifica en el llamado grupo de retrohéroes. Este dato se sobreentiende de la conversación (o discusión) previa al conflicto entre ambas partes en el que el varón occidental intentó convencer a la víctima de que una sociedad como la nuestra, con el mayor grado de libertad de la historia, no podía ser natural. Además, dejó claro que, o devolvía todo lo robado a la mujer o lo haría él mismo, intentando violar la libertad de, no solo el ladrón, obligándole a algo, sino también de nuestra principal testigo, que en cuanto vio el arma del ladrón ya había aceptado en darle lo que éste le reclamaba sin forzarle a herirla (y por lo tanto a delinquir).

Finalmente, y destacado como agravante, el criminar robó lo único que nuestras leyes prohíben: La vida, directa o indirectamente (en este caso directamente), de otro ser humano.

Así pues, declaro una orden de búsqueda y captura para el supuesto sospechoso si se le llega a identificar en algún momento.


Fin del reporte.

dimecres, 16 de novembre del 2011

Nuevo blog para uan novela corta

He empezado un neuvo blog donde subiré por capítulos una novela de fantasía/ciencia ficción marca de la casa. El link es el siguiente:

http://realidadificcion.blogspot.com/http://realidadificcion.blogspot.com/

dilluns, 4 d’abril del 2011

Relato corto: Ser o no ser

Relato paranoico y surrealísta. Me gusta en especial. Escrito para un CIRCO de http://board.ogame.com.es
 
Ser o no ser.

Llamas de viento, gotas de fuego y rachas de tormenta. El hombre, colgado por los pies, tatareaba una canción infantil. Sencilla, melódica, amable y juguetona. Un cuervo reposaba en la rama del árbol al que la soga que le mantenía a un palmo del suelo se asía. Y la luna, ah, la rojiza luna. Ella azotaba su torso desnudo y lleno de cortes con su calor, su ardiente y fogosa mirada. El cielo, por el contrario, mostraba todos los colores del arco-iris. Franjas violetas decoraban un fondo verde, como la hierba. ¿Hierba? Sí, hierba. Puntos amarillos también acompañaban los prados de la bóveda celeste. Pequeñas flores siempre frescas y abiertas.

O no. No. El cielo era anaranjado, casado con la sangrienta luna. Y largas y translúcidas nubes lo surcaban velozmente, impulsadas por un viento que levantaba polvo del seco suelo y provocaba el vaivén del curioso castigado. Además, la superficie estaba surcada de grietas. Tan árido era el paisaje y tan seco era el ambiente. Incluso las lágrimas rehusaban salir a saludar la inmensa planicie. Porque era una increíble llanura, como las del lejano oeste. Una grandiosa y sedienta llanura. De hecho, mirases donde mirases esta se extendía kilómetros y kilómetros en todas direcciones, invitando a los navegantes de ese mar de tierra a perderse entre la inmensidad de este.

Él amaba el mar. Le encantaban las historias de piratas, exactamente las de los que eran como los que ahora se acercaban desde el horizonte. Un barco, de madera oscura, se alzaba imponente abriendo un profundo surco en el suelo con su quilla. Unas grandes velas amarillentas presidian su palo mayor y de su proa salía una infinidad de cuerdas. Una docena de metros por delante, la tripulación, cabo en mano, arrastraba el navío con fuerza y constancia. Estaban ya a pocos metros de su árbol cuando desde la nave una voz ordenó el alto.

-¡Desatadlo! - Inquirió una voz desde el timón.

-¡No! -Preso del pánico el colgado se arqueaba frenéticamente- ¿Qué queréis de mí?

-Dos manos trabajadoras, muchacho. No es fácil encontrar por aquí gente a la que poner a nuestro servicio. Además, si no te bajamos de ahí acabarás muriendo de hambre, o es más, de sed.

-¡No! Mil demonios, dejadme tranquilo, siempre lo mismo, siempre la misma maldita historia.

Un cabo cayó desde la cubierta y seguidamente un hombre bajó por él con inusitada facilidad. Su impacto contra el suelo levantó una polvorienta cortina que cubrió sus pies momentáneamente. No pudo más que admirar la imponente figura del navegante pues por lo bajo mediría dos metros. Iba vestido con unos pantalones abombados rojos llenos de filigranas plateadas y una camisa blanca muy ancha. Se acercó hacia su presa con paso seguro y se agachó ante ella para quedar a su altura. Horrorizado, el pobre demonio que colgaba indefenso se percató que el supuesto capitán llevaba un parche en cada ojo.

-Y ahora dime, Colgado, ¿por qué motivo no te quieres unir a mi tripulación? Vivirás aventuras increíbles, surcarás todos los desiertos del mundo en busca de algún cofre lleno de plata y oro, perlas y diamantes. Dime, ¿qué más puedes pedir a cambio de que te arranquemos de esta infinita soledad? Quizás no te veo, pero sí que soy capaz de sentir que ya llevas aquí mucho tiempo y oportunidades como esta no pasan muy regularmente, ¿me equivoco? No me importa dejarte morir si con eso eres feliz, pero en el fondo de mi ser hay algo que me dice que si tu mueres nuestro destino no será mucho mejor. Y eso, Colgado, me aterra. ¿Quien eres?

-Soy alguien que está sólo. Soy alguien que busca y no encuentra.

-Quizás nos buscas a nosotros.

-A vosotros... No, no... Mi alma quiere viajar soplando las velas de tu nave mas algo me retiene aquí. Tengo miedo... -terminó en un susurro que ni el mismo capitán oyó.

-¿Qué murmullas, muchacho?

-Marchaos, marchaos ahora que aún puedo negarme a esto.

Sentía su aliento en el rostro, acechándole con una mirada inexistente. Un profundo olor a tierra inundó sus sentidos. Pánico. Pánico a perderse, a no encontrar el camino de vuelta. A no tener el control de sus pasos. Así había sido siempre.

-Hay desesperación y miedo en tus palabras, y son un claro indicio de locura. Surcar océanos de arena es duro, muy duro. Probablemente demasiado para un chico como tú. ¡A vuestras posiciones, partimos! -se levantó para volver a su nave- Muchacho -empezó, dándole la espalda.- ni siquiera se como te llamas y, sinceramente, no estoy seguro de querer saberlo, pero hay algo que quizás te interesaría saber. Tu árbol parece ser el centro de esas extrañas líneas negras que últimamente se han visto por estos parajes.

-¿Líneas negras?

-Sí, eso mismo. Y ahora yo y mis chicos tenemos un largo camino que recorrer. Adiós Colgado, espero que nunca más nos volvamos a encontrar. No me preguntes qué es, pero hay algo en mí que me dice que te deje aquí. Es extraño, mas no voy a quedarme para averiguarlo.

-Buen viaje, señor...

-Jeremy Jones, capitán del navío pirata Sandstorm.

Tenía un andar elegante, tanto como un ciego puede llegar a tener. No trastabillaba, ni siquiera parecía que dudase acerca dónde colgaba el cabo por el que volver al Sandstorm. No tardaron mucho en ponerse de nuevo en marcha. Intentó fijarse en la tripulación del barco pero parecían tener el rostro borroso. O quizás no solo era el rostro. La nave entera y su tripulación parecían desdibujados, mancos de detalles. Tormenta de arena, rápida y demoledora. La única forma, pensó, de eliminar cualquier rastro de su paso a través de las llanuras.

Les siguió con la mirada mientras sus sombras se perdían en el horizonte. El mundo se curvaba alrededor de ese punto que dibujaban sus siluetas en la tenue línea que une cielo y tierra, o tierra y cielo, ¿Qué más daba? Empezó a llover oscuridad, el mundo se cubrió de estrellas, colores, sonidos y el orden aparente dejó paso a un tranquilo caos.



Abrió los ojos lentamente, esperando recibir los tenues rayos del Sol, pero a diferencia de lo que imaginaba se encontró con un paisaje encantado. O encantado es lo primero que le vino en mente: El mundo, antes basto y amarillento, ahora presentaba unos tonos rojos de lo más siniestros. Lo que antes eran tierras infinitas ahora eran bancos de negras brumas, lejanas quizás, pero más próximas de lo que cualquiera hubiese podido desear. Pero lo más aterrador de todo aquello era el rugir del viento. Un inmenso vendaval azotaba la tierra y levantaba grandes nubes de polvo que a su vez surcaban al aire como saetas. Y el aire soplaba hacia él. Y la arena no le tocaba.

-Papá, ¡es aquí! ¡Es aquí! - Le sorprendió una voz desde su espalda. Parecía pertenecer una niña.

-¡Por fin! No te acerques, aún no. Primero deja que papá se asegure que no es peligroso. - respondió otra voz a la vez que un hombre le rodeaba a una distancia prudencial hasta quedar mirándole de frente. Este se aguantaba su sombrero de explorador del color de la sabana con su mano derecha mientras con la otra mantenía en su sitio sus pequeñas y redondas gafas. Enmarcando a estas una melena rojiza hacía que sus oscuros ojos azules destacasen sobre su larga barba, también pelirroja. Se observaron mutuamente. Uno, con los pies apuntando el firmamento, miraba fijamente al otro, que a duras penas podía mantener los ojos abiertos sin que estos empezasen a llorar profusamente. - Nay, puedes acercarte. - fue su conclusión.

Un ser extraño paso corriendo a su lado. Era una masa informe que parecía vibrar al compás del viento. Al menos así fue hasta que ese hombre empezó a desenrollar una larga sábana del cuerpo de la pequeña y se la tiró encima para protegerse de la arenisca tormenta. Juntos, padre e hija, se le acercaron lentamente, aún desconfiados. Podía ver el reflejo de unas gafas entre los pliegues de su extraña cobertura. No pudo evitar sonreír ante la curiosa imagen que se le presentaba, una fantasmagórica y extraña pareja acercándose a él de forma desequilibrada e irregular. Esa sensación, pero, se convirtió en una de completo asombro cuando esta se separó bruscamente. Bueno, bruscamente no sería la palabra, se separaron rápidamente. La figura más pequeña se quedó pegada al suelo aguantando uno de los extremos de la tela y la otra empezó a girar alrededor del árbol mientras clavaba unas gruesas puntas en el suelo. Acto seguido levantó los brazos, aún sosteniendo la sábana, y la niña, rápidamente, montó una piqueta más alta con otras piezas más pequeñas que el hombre clavó pegada al árbol. En nada una improvisada pero estable tienda les resguardaba de las vicisitudes del tiempo.

-¡Buen trabajo Nay! -exclamó el padre a la vez que chocaba una de sus manos con la de su hija. Esta, también pelirroja, tenía una cara redonda y no debería medir más de metro y medio. Ambos sonreían. Entonces pareció que se acordasen súbitamente de él porque ambos se giraron para mirarle y retrocedieron un poco hacia las pareces de su habitáculo. - Así que eses tú. -continuó el hombre- Exactamente como cuentan las leyendas que corren sobre tu persona.

-¿Perdón? - El pobre colgado no salía de su asombro – Perdón, pero, ¿qué pasa aquí? - preguntó, paseando la mirada por las opacas telas que les separaban del exterior. Ahora vio que no eran simplemente sábanas, eran gruesas y resistentes mantas de pieles, probablemente de pieles de camello.

-Nos quieres poner a prueba supongo, para saber si somos sinceros. -comentó el padre a la vez que sacudía sus marrones ropas para quitarse el polvo que las cubría.- Venimos de lejos, muy lejos, para obtener tu ayuda, oh Colgado, el que todo lo sabe y el que todo lo ve.

-¿Qué? -no daba crédito a sus oídos.

-Venimos a que nos cuentes como llegar a las entrañas del mundo. Para que nos digas dónde podemos encontrar las cuevas que nos conducirán al centro del planeta, dónde los habitantes nadan entre lagos de perlas y comen con cubiertos de diamante.

-¿Y cómo representa que yo he de saber eso?

-Esto... -intentó arrancar el hombre cuya mirada no dejaba de pasearse arriba y abajo por el rostro del colgado.- Porqué tu lo sabes, Colgado. Las leyendas así lo afirman. Yo y mi hija llevamos meses buscándote. Desde que mi esposa murió y yo me quedé sin trabajo. Necesitamos dinero para comer y poder sobrevivir. Por favor, explícanos como llegar a las riquezas que nos permitirán vivir como reyes a mi hija y a mí. -suplicó más que pidió el hombre a la vez que miraba sonriendo a su hija.- Hemos llegado a ti siguiendo uno de esos caminos oscuros que llevan hasta aquí y que se extienden como raíces de un árbol por todo el desierto.

Ambos esperaron a que él hablase, expectantes. Había esperanza en su mirada, pero lo que más le impresiono fue la fe ciega en él que sus ojos profesaban.

-Señor...

-Jeremy Jones – se apresuró a responder.

-Señor Jeremy Jones... yo no se de qué me está hablando.

Se hizo el silencio entre ellos. Seguían mirándole, quien sabe qué esperaban. Quizás que cambiase de opinión. Fue entonces cuando supo que no le creerían por mucho que les dijese que él no tenía ni idea de dónde encontrar esa tierra prometida.

-Señor Jeremy Jones... lamento decirle que, aún saber donde está esa entrada, tendría que ver dónde estamos ahora mismo para poder guiarle. Y creo que no va a ser posible. Lo siento. -fue fácil mentir, incluso le preocupó el hecho de que lo había hecho de forma automática.

-No hay problema, puedes venir con nosotros. Aún tenemos raciones de sobra para llegar al oasis más próximo.

-Creo que eso no va a ser posible.

-¿Por qué? -esta vez habló la niña- Puede usted venir con nosotros señor, ¡así podremos ir todos juntos al centro del mundo!

-Lo siento pequeña pero no creo yo que eso sea una buena idea.

-Va señor, ¡por favor! -continuó Nay, cogiéndole de la mano al colgado.

La descarga fue brutal. La niña retrocedió asustada cuando él empezó a chillar. Preso de una extraña histeria su cuerpo empezó a retorcerse entre las cuerdas que le mantenían atado.

-¡No! ¡No quiero ir con vosotros, no quiero ir con nadie. Dejadme, dejadme! ¡Yo aquí estoy seguro, no quiero salir ahí fuera! ¡Dejadme!

El viento pareció aullar con más fuerza acompañando sus palabras. Las telas que les protegían empezaron a temblar violentamente y una o dos de las puntas que las mantenían unidas al suelo abandonaron para siempre su lugar. Rachas de polvo empezaron a entrar en su habitáculo mientras Nay se abrazaba fuertemente a su padre.

-¡Dejadme! ¡He dicho que me dejéis!

Una fortísima sacudida arrancó de cuajo la tienda que les resguardaba, que se perdió a los pocos segundos entre el vendaval y el polvo. A los chillidos del colgado su unieron los de la niña, que lloraba desconsolada. Un sombrero paso rozándole la cabeza mientras levantaba la vista hacia la pareja que había ido en pos de él buscando respuestas. Vio, espeluznado, como la arena se llevaba sus ropas y después sus pieles. Vio como sus cuerpos se descomponían en un remolino de dolor y tierra, de viento y griterío. Y vio como el mundo se desmoronaba encima suyo. El horizonte se acercó a una velocidad que le dejó sin aliento, curvándose y elevándose hasta parecer una enorme boca intentando engullirlo. La nubes que cubrían la infinita planicie se lanzaron sobre él sumiéndole en la más total oscuridad. Cerró los ojos con fuerza hasta que no sintió ni una brizna de aire, hasta que no oyó nada. Silencio, oscuridad. Abrió los ojos y se encontró que ante él solo se veía la nada. Un negro vacío que le pareció más próximo que nunca pero que no se parecía en nada a esa paz anhelada. Se sintió cansado, como tantas otras veces. Miró hacia arriba, a sus pies. Quizás no es que faltase luz, quizás es que no había nada más que él mismo para alumbrar. Recorrió con la mirada el árbol y se vio reflejado en él, seco y moribundo. Y se tropezó con los ojos de un cuervo. Le estremeció pensar que llevaba todo una eternidad mirándole. Se vio a si mismo reflejado en esos oscuros orbes y supo que en realidad temía perder el tiempo. Aventurarse en empresas cuyo éxito no podía asegurar. El oscuro pájaro ladeó su negra cabeza y miró, no al colgado, sino bajo él. Antes de bajar su vista ya sabía qué era. Un objeto azul refulgente bajo el foco que parecía iluminarle. Su brillo le absorbió, el mundo (o lo que quedaba de él) fue perdiendo nitidez y los colores parecieron mariposas echando a volar. Lágrimas empezaron a humedecer sus ojos: Parpadeó.

Parpadeó y sus ojos agradecieron el agradable cosquilleo de la humedad. Le costó enfocar de nuevo el mundo, su mundo. Una tenue y blanca luz se filtraba por entre las cortinas de su habitación. Su mirada seguía fija en su herramienta. El folio seguía ahí, y negras manchas de tinta decoraban el punto donde la pluma se había quedado parada: Largas raíces surcaban el folio intentando llegar a formar palabras. Dos de ellas coronaban la página, dos palabras destinadas a ser una gran historia pero que quedarían para el olvido, como otras tantas veces. “Jeremy Jones”, capitán de un barco pirata que surca desiertos, explorador en busca de riquezas. Tantas posibilidades que no se atrevía a afrontar, tantas vidas que no se atrevía a vivir, a plasmar en un papel. Quizás escribir no era tan simple, quizás se necesitaba ser de una madera especial para poder hacerlo, para poder dejar de ser uno mismo para convertirse en algo más. Quizás, pero, mañana estaría inspirado, ¿cuánto tiempo llevaba ya engañándose de ese modo?

Un día más en blanco, otro más sin atreverse a soñar.

dijous, 31 de març del 2011

Relato corto: Tarde de invierno

Para variar la temática algo romántico y pasional. Escrito para un CRAC DE www.cientoseis.es:



Tarde de invierno

Hubo una vez, quién sabe dónde y cuándo, en que alguien me contó que el tiempo es un brutal torrente de acciones qué, de alguna manera, escapan al control de cualquiera. Aún recuerdo cómo reí ante tal afirmación; cómo, regocijándome de mi propia existencia, arremetí con palabras grandilocuentes y grandes aspavientos contra todos aquellos que no creyesen que el futuro siempre está en las manos de uno. ¡El destino! ¡Ha! Hermosa palabra para los cobardes, para todos aquellos incapaces de aferrarse a sí mismos y así poder navegar por su curso contra esta corriente llamada presente. Tenía tan claro qué hacer y cuando hacerlo, las decisiones eran mías, de nadie más. Era todo tan fácil...

En ocasiones, aún me pregunto qué motivo tendría el dios qué, de entre miles de nosotros, nos eligió a ti y a mí. Me cuestiono si no fue más que azar o si nuestros caminos llevaban ya milenios esperando para cruzarse. Si, en el fondo, lo que hoy siento por ti no es nada genuino, nada más que la nova tras la estrella: Un increíble destello que lleva ya un milenio tras mis pasos.

Amor a primera vista. Desde el mismo momento en que coincidimos entre las grandes corrientes de este mundo supe que mi destino era estar junto a ti. No fue una decisión arbitraria. Yo, el paradigma de la soledad ¡Era feliz! Y ahora me hallo sumido en este remolino de sentimientos contrarios, de dolor y sufrimiento. Si pudiese dormir pasaría noches en vela, si pudiese luchar capearía mil y una tormentas para volver a ti. Si pudiese, serías mía.

Ante todo, pero, quiero que sepas una cosa: Soy tímido. Quizás no lo pareciese, lo sé. Fue todo tan natural... sentía tu presencia aleteando a mi alrededor mientras, entre el rugido del viento, nosotros permanecimos juntos. Girabas y girabas cual bailarina, animando mi helado corazón a seguir tu ritmo, tu estela. ¿Fue eso lo que encendió la llama?, ¿ese instante de armonía en que nada podía interrumpirnos, en que ningún elemento hubiese sido capaz de separarnos?. Pocos creerían que tanta pasión pudo brotar de esos instantes en los que solo fuimos nosotros: Cada uno el espejo del otro. ¡Ni siquiera llegamos a tocarnos, a rozarnos¡ Mas ahora me percato de que hubiese sido un gran error. Si ya en estos momentos siento como la flaqueza inunda mi ser y lo único que me mantiene en pié es tu recuerdo, ¿qué hubiese sido de mi si hubiese recibido más? Si ya ahora me sumiría en lo más profundo del océano para encontrarte, ¿qué sería de mí si más que mi princesa  fueses mi diosa y mi deber?

Miles de preguntas inundan cada rincón de mi mente mas una se encuentra por encima de las demás. Ante la certeza de que algún día llegaré hasta ti, ¿qué haré al verte? No lo negaré, me intimidas. Imaginar que estoy junto a ti me llena de júbilo y a la vez hace que me sienta insignificante ante tu nívea belleza. No soy nada a tu lado, no más que cualquier otro de los nuestros: Ni más elegante ni más entregado a ser quien debo ser. Y es aquí dónde mis sentimientos más primarios surgen a saludar el aire helado que ahora me acompaña. La rabia y la impotencia se apoderan de mí y me llenan de oscuras ambiciones, de terribles pensamientos. Algo, muy profundo, llama mi espíritu a las armas, algo que prefiere morir contigo a vivir sin ti. Si pudiese empuñar una espada, una lanza, una simple rosa... Son tantos los deseos que surcan las costas de mi conciencia y que no pueden ser saciados, ¡Tantos!. No estoy seguro que nadie me llegue nunca a comprender, ¿por qué motivo tengo que ser tan diferente a ti, a todos los demás? ¿Por qué?

Quisiera enterrar mi rostro entre mis manos y mis puños sobre otros ajenos. Quisiera poder sacar todo esto que llevo dentro sin tener que hablar contigo, o conmigo mismo pues, en ocasiones, ya no se para quien hablo: Si para ti o para mí.

Odio este vaivén que ahora me sostiene aquí, perdido. Giro y giro, buscando lo poco que de ti me queda, y solo veo exactamente lo que la última vez. ¿Impaciente? Por ti, no. Ni siquiera creo que seas capaz de imaginarte lo que he llegado a anhelar tu presencia. De hecho, no creo que me recuerdes, o que me vieses, o que Seas... Esta última opción me horroriza, me desborda, me enloquece. La posibilidad de que no tengas conciencia es algo que incluso prefiero obviar, no sería posible. Hubo demasiada tensión en ese momento mágico, fue mucho más que un simple voltear alrededor de un punto de equilibrio, ¿verdad? ¡¿Verdad?!

Oh, Dios, dioses, o quien sea que tiene poder para reinar aquí, ¿de verdad permitiríais una injusticia así? No respondáis, por favor. En lo más profundo de mi ser hay algo que prefiere no conocer esa respuesta.

Ser único es algo que muchos buscan y no encuentran. No son capaces de imaginar lo duro que es saber que quizás eres uno. Tan diferente que no puedes más que lamentar tu propia soledad. El hecho, pero, es que yo se que solo no estoy. Algunos otros como yo he encontrado durante mi eterno periplo, todos con alguna meta, algún objetivo, alguna obsesión. Todos deseaban necesitar para sentirse más vivos. Me envidiaban, yo era el único libre entre tantos encadenados. Y ahora he pasado a ser el que sus argollas no dejan siquiera respirar.

Debes saber que cada vez estoy más cerca del fin de esta etapa. En nada seguiré mi largo camino en tu búsqueda. Esta vez por lagos y ríos, por las cimas de las montañas y por las grietas de los glaciares. Esperame, que ya estoy llegando... Desde esa vez, ese fatídico instante en el que las turbulencias del destino nos separaron, no he dejado de sentir que te acercabas. Una y otra vez. Tal vez aquello a lo que yo llamo conciencia no es más que una variante de la locura, algún tipo de bucle infinito de pensamientos: Una órbita cerrada alrededor de ti. Es evidente, pues, que eres mi astro rey, el Sol que más que abrasarme con su calor me arropa con su recuerdo. O quizás eres mi mundo y yo soy tu Luna, siempre cayendo por ti pero nunca hacia dónde tu te encuentras, iluminada solo mientras tu no decidas eclipsar la poca luz que sobre mi ya incide. ¿Quien iba a decir que yo, precisamente, acabaría así? Y lo que es más triste es qué, en lo más profundo de mi, anidan las mayores dudas y no las mayores verdades. No puedo dejar de imaginar un universo en el que no llego a encontrare, o una noche en la que te encuentro y no hay más que un helado vacío, una ausencia de todo excepto materia.

De lo que no tengo dudas, pero, es de que te reconoceré, estés en el estado en el que estés. Seas pura e inmaculada, seas dura y helada, seas sencilla y escurridiza, seas una o seas millones. Tu esencia es todo lo que yo quiero, lo que necesito. Solo busco tu compañía y, si fuese posible, si tu me quisieses tanto como yo a ti, intentar convertirnos en uno. Quizás te parezca atrevido, o aberrante, o como prefieras llamarle, pero no estoy muy seguro de que pudiese ser feliz sabiendo que, en cualquier momento, puedo perderte de nuevo. ¿Egoísta? Sí, probablemente. Pero ¿es ser egoísta no querer perder lo que en verdad amas? Yo creo que no. No me planteo siquiera el hecho de que puedas pertenecer a otro. No quiero planteármelo pues solamente la imagen ya provoca un dolor infinito en mis entrañas. Y es difícil reprimir tanto sufrimiento cuando se que, en el fondo, nunca serás totalmente mía: Llevo demasiado tiempo fundiéndome, sublimando, dejando que mi corazón precipite y pase a ser parte de una red mucho más grande y sólida para poder moverme a través de los grandes océanos cómo para saber que dos nunca serán uno. Es algo natural: Si para dos esencias unirse fuese tan fácil ¿qué sería del amor, de la pasión? ¿Dónde quedarían los celos, las inquietudes?

Aún así, no perdamos la esperanza. Si yo puedo sentir este cauce de emociones sin ser quien debería, ¿por qué motivo no deberíamos poder romper las reglas para estar juntos? Unas normas creadas por algún dios aburrido que no quería más que complicarnos la existencia. Del mismo modo creó el dolor, el frío, el miedo, el sufrimiento, y cada día los afronto con dignidad y los desprecio para poder seguir. Seguir sin ti.

¿Te he hablado nunca del tiempo? Seguro que sí, quizás incluso hoy mismo. O ayer. O ambos. De hecho agradezco tu silenciosa escucha, tu paciencia conmigo, pero lo entiendo. Si tu me hablases una, mil, un millón de veces, no cansaría tu voz. Si me repitieses lo mismo una, mil, un millón de veces, no cansaría tu conversa. Si te viese una sola vez más, solo una, no cansaría mi viaje pues, con la certeza de que te puedo encontrar, lo repetiría hasta el atardecer de la realidad.

Hoy hace un día precioso, la verdad. El aire está quieto y muchos de nosotros lo surcamos de aquí para allá con una calma inusitada. ¿Es esto lo más triste? ¿El hecho que de entre miles seas la única que no soy capaz de encontrar? ¿O es que todo ésto no es más que el precio a pagar por la felicidad? Si es así, nadie nunca me advirtió de que la soledad era mejor que este estado de entre muerte y vida. Quizás, si hubiese sido consciente de que ésto solo me llevaría a este pozo sin fondo hubiese cerrado mi vista al mundo y me hubiese dejado llevar por las corrientes del tiempo. Con algo de suerte, de azar, no hubiese sentido tu increíble presencia, no hubiese quedado prendado de un posible imposible. Mas admito que siguiendo este camino de tirocinio y paciencia he descubierto cosas de mí que nunca hubiese imaginado. He encontrado por entre los recovecos de mi ser vestigios de emociones que no sabía ni que existiesen: Ofuscación, desesperación, esperanza, valor, obsesión, y la peor de todas, la frustración. Sentirme encerrado dentro de este cuerpo que parece no querer obedecer ninguno de mis mandatos es algo que me supera, me exaspera. Mi alma se estremece al sentirse atrapada en algo tan inerte, al no poder expresarse ante el mundo como un ente libre, y, sin embargo, lo que siento por ti ahora es tan humano... Maldita y triste ironía es lo que los dioses regalan cuando nos hacen esto, cuando permiten que un alma anide en nuestros corazones. Y más cuando ésta es capaz de sentir, de amar, de llorar.

A cada segundo que pasa me acerco más a mi actual meta y eso me reconforta. Lenta pero inexorablemente sigo el camino que el mundo decide por mí y espero que sea el que el destino cree que es la mejor ruta para llegar a ti. Las grandes corrientes me llevan en pos de mi destino y mi opinión en ello es nula, inocua. Ya quisiera yo volar a un palmo del suelo, surcar los mares a cientos de millas por hora, correr tras tus sombras cual amante siguiendo su querida en noche cerrada. Desearía poder preguntar por ti a cada rincón, encontrar un pañuelo de seda asido a un balcón para llegar a tu lecho.

Hace poco he conversado con otro cómo yo, cómo tú, cómo nosotros. Ha dicho algo que me ha hecho reflexionar mucho: “No soy nada a tu lado, no más que cualquier otro de los nuestros: Ni más elegante ni más entregado a ser quien debo ser.”. Quien iba a decir que un semejante conseguiría qué, de nuevo, pensase en ti. Me siento afortunado, pero, de encontrar gente que me hable de vez en cuando. No puedo negar que su voz me recuerda a la mía y eso es algo que nos une a todos, ¿te das cuenta? Seguro que cuando en tu alma resuenan mis palabras piensas lo mismo, ¡es inevitable! Alguna conexión ha de existir entre todos para que no pensemos que estamos solos, para que seamos conscientes de que nuestra existencia no es única. O al menos, y por el bien de mi cordura, así lo espero.

El final está aquí, viene lentamente a mi encuentro. Hace frío, mucho, por lo que tendré tiempo de sobras para prepararme la siguiente etapa. Para familiarizarme con mis nuevos y simples compañeros de viaje. Unos ya llevan un tiempo conmigo, otros nos esperan con los brazos abiertos, juntos, compactos.

Quizás no llegue nunca a sentir como un humano. Quizás mi existencia quede en una mísera anécdota, en uno que sintió cuando no debía, en una misera gota de escarcha, un solitario copo de nieve que se enamoró de un semejante y que vagó eternamente en pos de este. Probablemente no estaré nunca completo pues soy solo conciencia atada a un ancla helada que me convierte en prisionero del mundo, un prisionero inmortal que representa el amor en su faceta más dura. Nunca seré mortal y esa es la única oportunidad que me queda para encontrarte.

Hasta ese momento se que no volveré a ser feliz y éste será mi tormento. Quizás no llegue a sentir como un humano, no, pero hay algo de lo que estoy seguro: Ésta, seguro, debe ser una bonita tarde de invierno.

dimarts, 5 d’octubre del 2010

Relato corto: Sueños.

Un relao escrito para un duelo en el foro de Ogame (http://ogame.com.es) y que a mi personlmente me gusta bastante.
 
Sueños


Los armónicos pasos del inmenso ejercito de sueños retumbaron milenios y milenos antes de desaparecer. Desde la guerra de ideas los sueños de un mundo de ilusiones se habían ido desvaneciendo cual ecos en un desfiladero y para entonces, la humanidad empezaba a despuntar. Los tiempos pasan y las conciencias se evaporan, mas algunas desaparecen antes de recibir el caluroso abrazo de la muerte. Mi existencia fue así, y aquí, desde este privilegiado puesto, donde se puede soñar sin despertar, os la relataré:


En tres días haría tres meses que el rey había dado la orden y en tres horas haría tres días que habían llegado a su destino. La penosa marcha hacia un atardecer sempiterno no había hecho más que sembrar el desespero entre los murmullos acallados por órdenes imperiosas que tachaban ese viaje como el más penoso paso hacia la muerte imperecedera.

Las tierras sedientas de Oriente esperaban nuestros pasos sobre su polvo, recordando a gritos su sed de sangre, morbosa y brutal. El cielo, acompañante de luto de nuestra pesimista caravana, parecía avanzar parte del espectáculo lanzando rayos de fuego al horizonte, inalcanzables.

Un destello, dos, tres, incontables y burdas imitaciones de un astro que nos vería morir y que con sorna nos acompañaría en nuestras propias armas, mirándonos de reojo en un atardecer que no es el suyo. Y después nuestra propia oscuridad, cual noche cerrada.

Aquí y allí ojos que ya no querían ver observaban el pasar de las aves. Taciturnas volvían a sus nidos después de una ardua jornada de supervivencia, sabiendo que quizás al llegar encontrarían un cuervo entre sus huevos. Nosotros éramos diferentes, sabíamos que nuestro regreso a casa nunca llegaría.

Aún así, mis hombros seguían altos, mi rostro oteaba al frente, yo aún no me había rendido. Mirar la muerte de cara, ese era mi objetivo, esa maldita no me encontraría suplicando, no. Le haría frente, y por improbable que fuese la hazaña, le apuñalaría el alma, el corazón, las entrañas, si pudiese le devolvería la vida ya que ese sería su fin, ni siquiera ella podría soportar la idea de morir en sus propias manos.



Están ahí. Pequeños dragones intentan alcanzar lo inalcanzable. Miles de ellos en un vano intento de ocultar la luz que ahora muere. El fuego que los provoca, conocedor del destino de su propia combustión, da calor a quienes mañana se convertirán en nuestros reflejos, en nuestros enemigos. Nuestro ejército se prepara igualmente y el olor a humo llena rápidamente el campamento, no somos tan diferentes, incluso vamos a morir juntos.

Mi espada me devuelve la mirada, tengo cierto miedo. Mis armas están listas, mis protecciones pulidas hasta el límite, el ejército está preparado. No queda mucho para luchar. Ya hace demasiado que esta contienda se retrasa a base de muertes inoportunas y excusas demasiado manidas. Sobran palabras y como siempre faltan actos. Somos muchos, mas ellos son más, siempre ha sido así y así seguirá, seguiremos pagando con sangre lo que ellos pagan con astas de madera, pero debemos detenerlos.

Curiosamente la noche es tranquila, demasiado tranquila. Nadie habla, ni siquiera se oyen susurros entre soldados, no hace viento ni crujen ramas, nadie ni nada quiere molestar ni ser molestado, ¿quien quiere morir molesto? Quizás realmente este sea el mejor momento para partir. Antes que ardan hogares y mueran inocentes, antes de vivir bajo el manto de la culpa y el deshonor, sobre las cenizas de un hogar arrasado por la propia culpa, antes que oír el retumbar de miles de gritos desgarradores cada atardecer.

Debo dormir y quiero dormir, pero no puedo. La estupidez del momento me revienta desde dentro, dos ejércitos, uno durmiendo plácidamente delante del otro, uno soñando en mariposas y el otro montando en ellas, ¿realmente debemos pelear?

Un cosquilleo agradable recorre mi nuca, desnuda. Ya es hora y aún no he descansado. Lentamente salgo de mi habitáculo y mi collar deja de torturarme gratamente. Un pequeño gnomo me observa desde mis pies: <<Ya es hora, debemos apresurarnos>>. Lentamente y cual zorros en caza llegamos al punto acordado sin llamar la atención.

Me siento junto a un escuálido elfo, que me saluda con una leve inclinación de cabeza. Poco a poco voy sacando las piezas de mi armadura del fardo que he traído conmigo. Todas ellas, recubiertas de mullidas pieles, ahora se quejan al encajar unas con otras en mis hombros, codos y abdomen mientras abandonan sus salvajes sordinas.

-¿Realmente necesitas todo eso? –me pregunta un exótico acento mirándome desde sus almendrados ojos.

-Nunca se sabe lo cerca que uno puede tener los espías enemigos. Ya deberías saberlo.

Una mirada y una espalda antes de perderle entre los fornidos hombros del pequeño destacamento humano que acababa de llegar. Todos ellos anchos, robustos y con idéntica expresión de ligera angustia. Ser humano tiene sus debilidades, vivimos demasiado poco para obviar la muerte.

Un total de 100 almas. Todas ellas elegidas al azar entre el grueso del ejército aunque curiosamente ningún mando ni ningún mago, y por primera vez, yo. Un par de órdenes: no hacer ruido e ir armado. Un par de recomendaciones: envolver las piezas metálicas… e ir armado.

Lentamente se empiezan a formar grupos de guerreros, todos compartiendo informaciones varias, rumores y demás. Más de tres razas enlazando motes, ideas, esperanzas y temores. Nunca antes un espectáculo así se habría concebido. Un elfo dialogando nerviosamente con un gnomo, subido a hombros de un humano, que no para de otear un grupo de cerrados enanos.
Todos ellos, todos, cual gotas de lluvia que al llegar a su destino pasan a formar parte del todo, desaparecen, renuncian a su individualidad por el bien de los demás, por la supervivencia de los suyos, por el perpetuo fluir del río. Para que los jinetes de mariposas puedan seguir soñando.

-Probablemente reconozcamos la zona, ¿no crees? –Dice un gnomo vestido de verde y plateado- Sí, llevo una cota de malla, aunque no creo que pudiese parar un espadín como ese -Me dice señalando una espada más alta que él.



Extrañado aún por su repentina aparición en escena le observo algo más detenidamente: Cuerpo pequeño, piernas cortas y poco robustas y unos brazos como ramas de abedul primerizo.

-La verdad es que no se que hacéis aquí, no servís para luchar. –le contesto.

-Ya me gustará ver quien de los dos lucha mejor si entablamos combate con enemigos.

-¿No te parece evidente?

-Para nada, eres grande y torpe, no te darás cuenta y tendrás una daga en el cuello.

-Eres divertido, supongo que pasarías por bufón.

-Si no te molesta estaba intentando entablar una conversación amistosa, pero veo que eres más rudo que un orco. –Dicho lo cual el pequeño ser emprende el camino hacia el grupo de enanos. Le sigo con la vista: Cruza con ellos unas palabras, uno le amenaza con su hacha y otro avanza hacia él, por lo que sale corriendo y acaba nuevamente sentado a mi lado.

-La vida es dura –Me dice- mi abuelo siempre nos contaba que es mejor ir andando por tu propio camino que subir al pony de otro y dejar que te lleve, ahora me percato que tenia razón, aquí no ayudaré…

-No… eres pequeño y ágil, antes que se den cuenta… ¿Pasa algo?

-Solo que me caes bien –me replica con una sonrisa en los labios.

Desde mi familia a la suya, de mi historia a sus viajes, de mis amores a sus aventuras, en menos de treinta minutos nos conocemos algo más que media hora antes.


Entonces la disminución del tono de voz nos pone en alerta, cuarto mandos acaban de entrar: Un enano, un elfo, un gnomo y un humano.

Sus órdenes son claras y concisas, nuestro desconcierto e indignación es palpable.

-Si alguien no sigue estas instrucciones puede darse por ajusticiado. –exclama el enano en un intento de enaltecer su propio ego.

Nadie nos puede pedir algo así, no pueden pretender que nosotros hagamos precisamente eso.

-Me lo esperaba –Escupe una voz en mi cintura- por eso somos todos soldados rasos, nadie quiere involucrarse en una matanza. Voy a desertar.

-Ya le has oído.

-Evidentemente, directamente me voy a ir, no tango nada que hacer aquí. Y menos seguir este tipo de órdenes, me niego, me niego a morir, y menos matando en esta batalla, por mucho que sean órdenes y que haya jurado lealtad. Si quieres puedes venir conmigo, todas las rutas hacia el campo base deben estar vigiladas, así que nos debemos refugiar en las montañas.

-No, debemos detener esto. –Le digo, sinceramente- Leo determinación en los ojos de los demás soldados, el entrenamiento les ha convertido en títeres.

-Demasiado tarde, mira.

Acababan de colgar un pequeño cartel donde se distribuían los guerreros por grupos, cada uno bajo el comando de los más veteranos entre los presentes, los más carcomidos por la putrefacción ahora evidente de nuestro ejército y ya nos vigilaban con ojos inquisitivos.


Horas más tarde todo había acabado y ya amanecía.

-Me odio a mi mismo.

-Yo también, nunca podré arrancar la culpa de mis entrañas –Dice el gnomo mirando atrás, observando las ruinas de un pueblo amigo que forzados a saquearlo para aumentar el dolor y la furia de nuestro ejército ya dejamos atrás.

-Yo creía… que iba a morir en paz.

-En silencio.

-En armonía.

-Tranquilo.

-Muerto…

-Sí, hemos muerto en vida, ¿por qué?

-Porque alguien lo ha querido así.

-Ahora entiendo porqué nunca se ha conocido la misión de los “escogidos”, aquellos que acaban sacrificándose por su nación, nos mandan al frente, ¡al frente! ¡A primera línea de batalla!

Me responde con una pequeña sonrisa.


El Sol del mediodía ilumina nuestros estandartes. El León, la Serpiente, el Caballo, centenares de insignias de las casas más importantes de nuestra nación ondean proclamando la generosidad de sus bastiones, de sus hogares. Cantando al Sol canciones en que hablan de riquezas y de inversiones, de fraguas de armas y de guerras inacabadas, de muertes extrañas y conspiraciones estancadas, de señores y jergones sentados cómodamente en sus butacas esperando noticias de su frente particular.

Miles de soldados, amparados bajo estas insignias esperan la carga de los enemigos, se preparan para recibirlos de la mejor forma posible, amortajados si es posible. Y en primera línea de batalla, oteando los rasos paisajes de oriente, salpicados aquí y ahí por inmensas palmeras demasiado frágiles para poder mantenerse en pié si no es a base de fuerza de voluntad, enfrente de miles de soldados que podían haber estado en mi lugar, las piernas me tiemblan.

En la lejanía podemos observar-los, miles de ellos. Sus lanzas parecen sembrar el horizonte de aristas: ¿Cual de ellas va destinada a mí? ¿O a mi pequeño compañero que tiene la mirada perdida más allá del espectáculo que vamos a presenciar? Una vez oí una historia, hablaba de héroes de batalla, de soldados rasos que en el caos de las batallas aparecían para llevar a los suyos a una victoria aplastante. Pero a ellos no les fallaban las piernas ni la voz, no tenían la necesidad imperiosa de hacer algo más que estar quietos esperando, no necesitaban el ligero contacto de los escudos y armaduras de sus compañeros para resistir la tentación de escapar del miedo. Aún cayendo en la más terrible humillación.

Primero el retumbar de los truenos, ¿o son trompetas?, después el sonido de la lluvia sobre el suelo, cual miles de pasos acercándose, después unas nubes densas, cual borrascosos cúmulos de saetas, después unos seres aparecidos de la densa lluvia, húmedos y centelleantes. A diez metros, cinco, dos, uno, la batalla va a empezar: nuestras lanzas a pocos centímetros de sus torsos, el final se acerca. Creo que es un buen momento para morir, aunque me gustan las mariposas.

dissabte, 2 d’octubre del 2010

Relato corto: Ella y ella

Posteo este relato presentado en el Certamen Literario Rolero (CLR) del foro de Ogame (http://board.ogame.com.es). En este caso un relato que alguien ha llegado acalificar de amor y locura. Un relato algo confuso pero que no me desagrada para nada.


Ella y ella.



Cuando el silencio lleno el hueco que faltaba, desde su oscuro rincón una voz empezó:


<< Ya llevaba tiempo amenazada de muerte. De hecho, desde su mismo nacimiento viejos miedos le habían acechado en la oscuridad. Pero por suerte, también tenía aliados. Algunos más brillantes y nobles, otros más bajos y poderosos. Todos dependían de ella, todos deseaban poseerla. En ocasiones, incluso había encontrado refugio. En pequeños poblachos, en grandes palacios, en inmensas ciudades, en campos de batalla… Sí, en campos de batalla, y no solo en una ocasión. Agazapada entremedio de los soldados, áurea junto a los grandes generales, siendo la más fiel consejera de los reyes, alzando su espada, demoliendo a golpes los miedos de algunos, llenando de júbilo las gargantas de los demás; así era ella. Algunos, en ocasiones, le habían tachado de ser la misma que iniciaba los conflictos. La que propiciaba las traiciones, susurrando, a sus víctimas, dulces palabras al oído.

Y ese día no fue una excepción.

Pero no esperan que les describa como de sinuosa y atractiva era, ¿no? Ustedes están aquí para que se les cuente una historia, y yo, para contársela. Ciertas historias no son más que cuentos. Vidas ficticias entrelazadas para formar bellas imágenes en nuestra mente. Yo les contaré algo que pasó no hace mucho muy lejos de aquí. Pero la historia que les voy a contar es la historia de cualquiera de nosotros. La historia que cualquier hombre podría vivir si llega a entender lo que se esconde entre sus pieles, entre sus palabras…:

“Así fue que, estando el rey a lomos de su más blanco corcel, cruzó bosques y praderas con sus huestes pisando fuerte tras su estela. Descansaban poco, hablaban menos. Cada mediodía paraban lo suficiente para comer y beber, y proseguían su rítmico trote. Su meta y su destino, el de todos ellos, el frente del norte. Los rumores hablaban de una última incursión bárbara. Un ataque desesperado qué, de ser frustrado, devolvería esas pesadillas heladas a sus cuevas, muy adentro de las montañas. Dejarían de saquear pueblos y ciudades, de secuestrar y violar mujeres, de diezmar familias.

Muchos de los guerreros que formaban el ejército no habían sido llamados por sus oficiales. Eran voluntarios, soldados dispuestos a morir para erradicar el mal que desde ya hacía cientos de años atormentaba, en sueños, a los ciudadanos del reino. Todos bajo el estandarte de un futuro mejor, dispuestos a hundir su filo en la carne del enemigo para que la suya propia, y la de los suyos, no fuese la que alimentase la tierra y los gusanos. Y así, en bloque, el ejército avanzaba hacia un destino que parecía perderse entre las brumas de su optimismo pues nunca ningún ejército había sido más grande ni más valeroso.”


Vamos, no me miren así. Ya me imagino que ninguno de ustedes se siente amenazado por extraños bárbaros ni está alistado en el ejército. Más que nada por sus prominentes vientres. Pero no creo que deban descuidar su atención, créanme. Muchas veces, de lo más inesperado algo se puede aprender.


“-Señor, según los últimos informes ya nos están esperando. Su posición es cercana al último puente seguro.

-Gracias, puedes irte. –Respondió el soberano dispuesto a seguir diseñando su estrategia.- El hecho de que se encuentren en esa situación sólo nos favorece a nosotros. ¿Me equivoco general?

-Para nada mi señor. Nuestra infantería podrá barrerlos perfectamente pues se encuentran en la zona más llana de toda la sierra.

-Prudencia. No perdamos la cordura y caigamos en la tentación del desprecio hacia nuestros rivales. Quizás tengamos un buen ejército, pero para ellos es su última oportunidad. - Dijo el rey, volviendo su serio semblante hacia el mapa que reposaba sobre la mesa.- No estarían allí sin ningún motivo.

-Son bárbaros mi señor. Están acostumbrados a sobrevivir, no a diseñar batallas. –Contestó jocosamente uno de los presentes. Un joven que había ascendido rápidamente en el ejército gracias a sus estrategias.

-Y acaso no es lo mismo, ¿Rilles? Me decepcionas. Un cazador no solo debe saber como piensa él, como piensan los humanos. Debe entender como reaccionará su presa, sea cual sea esta. Debe adaptarse a cualquier cambio en el entorno, o al cambio del entorno mismo. Debe, además, preocuparse por lo que deja atrás, pues la carne putrefacta no alimenta ninguna familia. Debe elegir bien sus armas pues no todas las pieles son iguales. Dime, ¿que armas has proporcionado a nuestros soldados?

-Espadas de metal de gran calidad. Escudos reforzados y cotas de malla ligeras y resistentes. Ningún otro ejército del mundo puede rivalizar con nosotros. Ya no se trata de sobrevivir. Hoy, mañana, qué más da; en la guerra, de lo que se trata es de aplastar el rival. Ellos reaccionarán luchando sin cuartel, sin organización. Conocemos el lugar y este nos es favorable. No importa lo lejos que lleguemos, la forma en que los destruyamos o a quien entreguemos sus despojos. Hemos hecho de esto nuestra guerra y no la vemos a perder.

-Rilles, Rilles… La inocencia de tu juventud es tanto para ti una virtud como una debilidad. Pues aunque dónde nosotros solo vemos falsos fantasmas tu ves esquemas y planes, donde tu ves simplicidad e ingenuidad nosotros vemos disimulos y ardides. Quizás sean bárbaros, pero no tenemos ni la más remota idea de cómo se lo hacen para conseguir comida en sus tierras. Te aseguro, mi jovencísimo general, que para cazar un oso de las montañas no solo hacen falta buenas piernas y unos brazos fuertes. Y además, no podemos olvidar las leyendas.

-¡Leyendas, mi señor! Por favor, y sin querer negar sus palabras. De qué hablan las leyendas, ¿de grandes guerreros capaces de cazar osos con sus propias manos?, ¿de enormes ejércitos marchando hacia la victoria? No creerá en tales sandeces.

-Hay… bendito seas. – Respondió mientras tosía- Entiendes sobre guerras más no entiendes a nuestro enemigo. ¿Acaso no narran nuestras propias historias cosas parecidos? Esos no son los hechos que deberían preocuparte. Hablan de bestias inmundas, de mujeres bellísimas, de magia y maravillas. Y es precisamente esa luz la que nos debe inquietar.

-Magia. Nunca había oído tal palabra.

-La magia, chico, es el arte de hacer parecer que algo normal es extraordinario.

-No lo entiendo, mi señor.

-Magia es lo que hace tu chica cuando te mira a los ojos y te dice que te quiere.

-Sigo sin entenderlo.

-Lo harás algún día, no te preocupes por eso.

-Pero si son así de poderosos, ¿por qué nunca nos han vencido en batalla?

-Porque así lo creemos.

-No lo…

-Ni hace falta, hijo. Ahora lo que debemos hacer es, simplemente, alejar esas gentes de nuestras fronteras.

-No son gentes, son bàrba…

-Silencio. Ya basta por hoy. No se trata de entender o no entender preguntando pues llegarás exactamente a lo que yo entiendo. Interpreta lo que veas y contrástalo con la verdad. Ten tu propia visión. Entonces, finalmente, podrás salir a cazar. General Trensh, proceda al resumen de la situación.”


Cháchara y más cháchara, señores, es lo que siguió a esta conversación. Ya lo sé, ya lo sé. Ustedes quieren la historia entera pero contar una vida se llevaría la mía y ese no es mi objetivo. Les relataré, pues, qué pasó días más tarde en lo que ahora llamamos El Paso Escarpado, pero que para aquel entonces no era más que una gran planicie moteada por pequeñas flores violetas y matojos de hierba.


“Viento y bruma. Los estandartes presidían los bloques de hombres armados que acampaban en borde de la estepa que enmoquetaba el llano. Los costados de las tiendas rugían al paso de los elementos, provocando quejidos de sus moradores mientras más material era descargado de las caravanas que habían seguido a los combatientes hacia su destino.

-¿Todo bien? –Preguntó preocupado uno de los guardias de la tienda del soberano.

-Todo perfecto. – Respondió una voz desde dentro del habitáculo. Allí, el rey estaba solo. Tumbado sobre una mullida cama con la mirada clavada en el vacilante techo. Su mente viajaba lejos en el tiempo mas cerca en el espacio. Habían pasado años, demasiados meses desde ese momento que solo él había vivido. Nadie más que él mismo conocía que había pasado esa noche cuando se perdió en esos mismos parajes. Dos iris azules ardían en su mente desde ese día. Dos pozos que habían ido devorando su alma desde dentro y que le habían llevado a iniciar esta campaña. Algo en su interior le animaba a intentarlo. Debía encontrarla, ella era su otro filo. Recordaba sus finos rasgos, sus puntiagudas y a la vez elegantes orejas. Pero también recordaba como había escapad de inmensas sombras, no en vano había llevado esta vez consigo un gran ejército. Todo por un capricho… No, algo más profundo, algo que se negaba a aceptar.

Una racha de viento le devolvió a la realidad. Algo no cuadraba. No era el viento ni el frío, era algo más que desde la oscuridad de su obcecamiento no podía encontrar. Dos ojos… dos mundos. En el fondo, pensó, no había sido muy diferente que Rilles en sus años mozos. Arrogante e inquieto, el mundo parecía haber sido creado para él. Emprendía misiones arriesgadas hasta los confines más alejados del reino. Combatió contra decenas de mortales y derrotó a otros mucho más poderosos que él. Incluso llegó un momento en que se creyó intocable, y se adentró en la cordillera en busca de aventuras y desafíos.

El viento arreciaba aquel día nefasto en que su imbatibilidad quedó en entredicho. Pero no fue una espada ni un hacha lo que pudo con su determinación, sino un beso. Un beso gélido pero que despertó en sus entrañas un fuego que aún no había conseguido extinguir. Aún recordaba cuando la había encontrado bajo un pino tiritando de frío, su mirada de asombro y de alivio al ver que en lugar de rematarla la apretaba contra su cuerpo para intentar mantenerla en calor; la cueva en la que se cobijaron para pasar la noche, dónde compartieron conversas en las que el uno no entendía ninguna palabra de lo que el otro quería decirle. Recordaba su respiración pausada cuando quedo dormida exhausta en sus brazos, la suavidad del beso que le dedicó antes de soñar.

Y despertó solo, como ahora, Perdido en su propia ensoñación, borracho de recuerdos de hielo y fuego, frío y ardor.

Debía dormir, pues al día siguiente la batalla sería inevitable.”


Veo sarcasmo en sus sonrisas. ¿Acaso no les gusta mi relato? ¿O quizás es que cren saber de quien hablaba antes de empezar con la historia? No se equivoquen pues ella es atemporal. De hecho, su presencia nos acompaña hoy aquí, mañana allá, donde quiera que vayamos.


“-¡Estamos preparados para cargar! –Gritó un joven general al mando de la caballería.

-Dígale que en cuando lo considere oportuno puede proceder con el ataque. – Dijo el soberano a su ayudante, que repitió la orden con diligencia.

Dos mil hombres a caballo obedecieron el deseo de uno solo. Primero al trote y después a toda velocidad los hombres corrían por sus hogares, fustigaban a sus caballos para poder arrollar sin piedad a sus miedos y gritaban para liberar sus almas del terror de la muerte.

Al otro lado de la planicie un extenso número de enemigos esperaban, cubiertos con pieles, la furia de sus rivales. Una furia que murió antes de prender.

La caballería, el grueso por antonomasia del ejército real, perdió toda su ventaja. El general no había reparado suficientemente en la pasividad de los que esperaban recibir la brutal carga de sus soldados, no habían reaccionado como se debería esperar en tal caso. Tampoco no había estado atento al hecho de que la niebla se había hecho más espesa a medida que la luz se abría paso entre las nubes. Un pequeño cambio en el que debería haber reparado. El suelo, además, había ido ganando humedad durante la mañana. Y ahora, él y su caballo se encontraban inmóviles en medio de lo que antes había sido una seca planicie pero que ahora era un cenagoso pantano. Probablemente, pensó, sus rivales habían desviado parte del cauce de algún río cercano, provocando que ahora ni hombres ni caballos pudiesen avanzar. Ni avanzar ni volver atrás pues en su enfurecida exaltación habían dejado muy atrás el ejército de infantería y los enemigos, despojados ya de toda vestimenta, avanzaban con facilidad entre las traicioneras aguas. Pronto los caballeros cayeron presas de las lanzas enemigas. Sus espadas, demasiado cortas y limitadas por la poca movilidad en ese terreno no eran la mejor arma para ganar ese combate.

Uno de ellos le miró. Supo que moriría desde el instante en que los almendrados ojos del extraño se fijaron en él. Esbelto y ágil avanzó hacia su posición con una facilidad frustrante. Se detuvo para mirar a su víctima antes de levantar el brazo para asestarle el golpe final. En sus ojos no se veía ira, algo más profundo parecía animarle, algo brillaba en su mirada. Su lanza atravesó el cuello del general y de muchos más.

Metros más atrás el rey caía de rodillas mientras sus hombres caían a centenares. Él, que solo había buscado un sueño de juventud, que se había dejado quier por un sentimiento tan traicionero cono valioso, había fracasado. Su última visión fue la de una punta metálica penetrándole entre las costillas.”


Quizás no les parezca importante escuchar mi palabrería, pero créanme, no caigan nunca en el mismo error que el soberano de tan triste historia. Su vida, como la de muchos, estaba iluminada por ella, ¡ella! Nuestra protagonista, la esperanza. Mas se dejó cegar por ella. Donde los demás veían dudas, él veía luz. Quizás buscaba eso que él llamaba magia, quizás buscaba un “te quiero”. Todos sabemos como son los elfos, pero han sido muchos como él los que han perseguido un sueño imposible. ¿Creen que de verdad esos elfos nunca habían ganado una batalla contra los ejércitos? Su batalla no es nuestra batalla. No buscan la victoria en la sangre sino en la luz. Nosotros ganamos cuando les matamos, ellos ganan cuando comprenden. Ellos nos conocen, nos han estudiado, ya hora, como todos sabéis, avanzan por nuestras tierras ganando nuestras batallas. Nos están cazando, y todo porque, según dicen, su reina se enamoró de uno de nosotros y murió en su delirio por volverle a encontrar. >>



La taberna fue vaciándose, y él, cerveza en mano, seguía perdido con la mirada clavada en la mesa y su mano acariciando una cicatriz a la altura del pecho. Frías lágrimas se escolaban desde su corazón, apagando poco a poco, toda gloria que quedase en él. Una noche más...

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