Un relao escrito para un duelo en el foro de Ogame (http://ogame.com.es) y que a mi personlmente me gusta bastante.
Sueños
Los armónicos pasos del inmenso ejercito de sueños retumbaron milenios y milenos antes de desaparecer. Desde la guerra de ideas los sueños de un mundo de ilusiones se habían ido desvaneciendo cual ecos en un desfiladero y para entonces, la humanidad empezaba a despuntar. Los tiempos pasan y las conciencias se evaporan, mas algunas desaparecen antes de recibir el caluroso abrazo de la muerte. Mi existencia fue así, y aquí, desde este privilegiado puesto, donde se puede soñar sin despertar, os la relataré:
En tres días haría tres meses que el rey había dado la orden y en tres horas haría tres días que habían llegado a su destino. La penosa marcha hacia un atardecer sempiterno no había hecho más que sembrar el desespero entre los murmullos acallados por órdenes imperiosas que tachaban ese viaje como el más penoso paso hacia la muerte imperecedera.
Las tierras sedientas de Oriente esperaban nuestros pasos sobre su polvo, recordando a gritos su sed de sangre, morbosa y brutal. El cielo, acompañante de luto de nuestra pesimista caravana, parecía avanzar parte del espectáculo lanzando rayos de fuego al horizonte, inalcanzables.
Un destello, dos, tres, incontables y burdas imitaciones de un astro que nos vería morir y que con sorna nos acompañaría en nuestras propias armas, mirándonos de reojo en un atardecer que no es el suyo. Y después nuestra propia oscuridad, cual noche cerrada.
Aquí y allí ojos que ya no querían ver observaban el pasar de las aves. Taciturnas volvían a sus nidos después de una ardua jornada de supervivencia, sabiendo que quizás al llegar encontrarían un cuervo entre sus huevos. Nosotros éramos diferentes, sabíamos que nuestro regreso a casa nunca llegaría.
Aún así, mis hombros seguían altos, mi rostro oteaba al frente, yo aún no me había rendido. Mirar la muerte de cara, ese era mi objetivo, esa maldita no me encontraría suplicando, no. Le haría frente, y por improbable que fuese la hazaña, le apuñalaría el alma, el corazón, las entrañas, si pudiese le devolvería la vida ya que ese sería su fin, ni siquiera ella podría soportar la idea de morir en sus propias manos.
Están ahí. Pequeños dragones intentan alcanzar lo inalcanzable. Miles de ellos en un vano intento de ocultar la luz que ahora muere. El fuego que los provoca, conocedor del destino de su propia combustión, da calor a quienes mañana se convertirán en nuestros reflejos, en nuestros enemigos. Nuestro ejército se prepara igualmente y el olor a humo llena rápidamente el campamento, no somos tan diferentes, incluso vamos a morir juntos.
Mi espada me devuelve la mirada, tengo cierto miedo. Mis armas están listas, mis protecciones pulidas hasta el límite, el ejército está preparado. No queda mucho para luchar. Ya hace demasiado que esta contienda se retrasa a base de muertes inoportunas y excusas demasiado manidas. Sobran palabras y como siempre faltan actos. Somos muchos, mas ellos son más, siempre ha sido así y así seguirá, seguiremos pagando con sangre lo que ellos pagan con astas de madera, pero debemos detenerlos.
Curiosamente la noche es tranquila, demasiado tranquila. Nadie habla, ni siquiera se oyen susurros entre soldados, no hace viento ni crujen ramas, nadie ni nada quiere molestar ni ser molestado, ¿quien quiere morir molesto? Quizás realmente este sea el mejor momento para partir. Antes que ardan hogares y mueran inocentes, antes de vivir bajo el manto de la culpa y el deshonor, sobre las cenizas de un hogar arrasado por la propia culpa, antes que oír el retumbar de miles de gritos desgarradores cada atardecer.
Debo dormir y quiero dormir, pero no puedo. La estupidez del momento me revienta desde dentro, dos ejércitos, uno durmiendo plácidamente delante del otro, uno soñando en mariposas y el otro montando en ellas, ¿realmente debemos pelear?
Un cosquilleo agradable recorre mi nuca, desnuda. Ya es hora y aún no he descansado. Lentamente salgo de mi habitáculo y mi collar deja de torturarme gratamente. Un pequeño gnomo me observa desde mis pies: <<Ya es hora, debemos apresurarnos>>. Lentamente y cual zorros en caza llegamos al punto acordado sin llamar la atención.
Me siento junto a un escuálido elfo, que me saluda con una leve inclinación de cabeza. Poco a poco voy sacando las piezas de mi armadura del fardo que he traído conmigo. Todas ellas, recubiertas de mullidas pieles, ahora se quejan al encajar unas con otras en mis hombros, codos y abdomen mientras abandonan sus salvajes sordinas.
-¿Realmente necesitas todo eso? –me pregunta un exótico acento mirándome desde sus almendrados ojos.
-Nunca se sabe lo cerca que uno puede tener los espías enemigos. Ya deberías saberlo.
Una mirada y una espalda antes de perderle entre los fornidos hombros del pequeño destacamento humano que acababa de llegar. Todos ellos anchos, robustos y con idéntica expresión de ligera angustia. Ser humano tiene sus debilidades, vivimos demasiado poco para obviar la muerte.
Un total de 100 almas. Todas ellas elegidas al azar entre el grueso del ejército aunque curiosamente ningún mando ni ningún mago, y por primera vez, yo. Un par de órdenes: no hacer ruido e ir armado. Un par de recomendaciones: envolver las piezas metálicas… e ir armado.
Lentamente se empiezan a formar grupos de guerreros, todos compartiendo informaciones varias, rumores y demás. Más de tres razas enlazando motes, ideas, esperanzas y temores. Nunca antes un espectáculo así se habría concebido. Un elfo dialogando nerviosamente con un gnomo, subido a hombros de un humano, que no para de otear un grupo de cerrados enanos.
Todos ellos, todos, cual gotas de lluvia que al llegar a su destino pasan a formar parte del todo, desaparecen, renuncian a su individualidad por el bien de los demás, por la supervivencia de los suyos, por el perpetuo fluir del río. Para que los jinetes de mariposas puedan seguir soñando.
-Probablemente reconozcamos la zona, ¿no crees? –Dice un gnomo vestido de verde y plateado- Sí, llevo una cota de malla, aunque no creo que pudiese parar un espadín como ese -Me dice señalando una espada más alta que él.
Extrañado aún por su repentina aparición en escena le observo algo más detenidamente: Cuerpo pequeño, piernas cortas y poco robustas y unos brazos como ramas de abedul primerizo.
-La verdad es que no se que hacéis aquí, no servís para luchar. –le contesto.
-Ya me gustará ver quien de los dos lucha mejor si entablamos combate con enemigos.
-¿No te parece evidente?
-Para nada, eres grande y torpe, no te darás cuenta y tendrás una daga en el cuello.
-Eres divertido, supongo que pasarías por bufón.
-Si no te molesta estaba intentando entablar una conversación amistosa, pero veo que eres más rudo que un orco. –Dicho lo cual el pequeño ser emprende el camino hacia el grupo de enanos. Le sigo con la vista: Cruza con ellos unas palabras, uno le amenaza con su hacha y otro avanza hacia él, por lo que sale corriendo y acaba nuevamente sentado a mi lado.
-La vida es dura –Me dice- mi abuelo siempre nos contaba que es mejor ir andando por tu propio camino que subir al pony de otro y dejar que te lleve, ahora me percato que tenia razón, aquí no ayudaré…
-No… eres pequeño y ágil, antes que se den cuenta… ¿Pasa algo?
-Solo que me caes bien –me replica con una sonrisa en los labios.
Desde mi familia a la suya, de mi historia a sus viajes, de mis amores a sus aventuras, en menos de treinta minutos nos conocemos algo más que media hora antes.
Entonces la disminución del tono de voz nos pone en alerta, cuarto mandos acaban de entrar: Un enano, un elfo, un gnomo y un humano.
Sus órdenes son claras y concisas, nuestro desconcierto e indignación es palpable.
-Si alguien no sigue estas instrucciones puede darse por ajusticiado. –exclama el enano en un intento de enaltecer su propio ego.
Nadie nos puede pedir algo así, no pueden pretender que nosotros hagamos precisamente eso.
-Me lo esperaba –Escupe una voz en mi cintura- por eso somos todos soldados rasos, nadie quiere involucrarse en una matanza. Voy a desertar.
-Ya le has oído.
-Evidentemente, directamente me voy a ir, no tango nada que hacer aquí. Y menos seguir este tipo de órdenes, me niego, me niego a morir, y menos matando en esta batalla, por mucho que sean órdenes y que haya jurado lealtad. Si quieres puedes venir conmigo, todas las rutas hacia el campo base deben estar vigiladas, así que nos debemos refugiar en las montañas.
-No, debemos detener esto. –Le digo, sinceramente- Leo determinación en los ojos de los demás soldados, el entrenamiento les ha convertido en títeres.
-Demasiado tarde, mira.
Acababan de colgar un pequeño cartel donde se distribuían los guerreros por grupos, cada uno bajo el comando de los más veteranos entre los presentes, los más carcomidos por la putrefacción ahora evidente de nuestro ejército y ya nos vigilaban con ojos inquisitivos.
Horas más tarde todo había acabado y ya amanecía.
-Me odio a mi mismo.
-Yo también, nunca podré arrancar la culpa de mis entrañas –Dice el gnomo mirando atrás, observando las ruinas de un pueblo amigo que forzados a saquearlo para aumentar el dolor y la furia de nuestro ejército ya dejamos atrás.
-Yo creía… que iba a morir en paz.
-En silencio.
-En armonía.
-Tranquilo.
-Muerto…
-Sí, hemos muerto en vida, ¿por qué?
-Porque alguien lo ha querido así.
-Ahora entiendo porqué nunca se ha conocido la misión de los “escogidos”, aquellos que acaban sacrificándose por su nación, nos mandan al frente, ¡al frente! ¡A primera línea de batalla!
Me responde con una pequeña sonrisa.
El Sol del mediodía ilumina nuestros estandartes. El León, la Serpiente, el Caballo, centenares de insignias de las casas más importantes de nuestra nación ondean proclamando la generosidad de sus bastiones, de sus hogares. Cantando al Sol canciones en que hablan de riquezas y de inversiones, de fraguas de armas y de guerras inacabadas, de muertes extrañas y conspiraciones estancadas, de señores y jergones sentados cómodamente en sus butacas esperando noticias de su frente particular.
Miles de soldados, amparados bajo estas insignias esperan la carga de los enemigos, se preparan para recibirlos de la mejor forma posible, amortajados si es posible. Y en primera línea de batalla, oteando los rasos paisajes de oriente, salpicados aquí y ahí por inmensas palmeras demasiado frágiles para poder mantenerse en pié si no es a base de fuerza de voluntad, enfrente de miles de soldados que podían haber estado en mi lugar, las piernas me tiemblan.
En la lejanía podemos observar-los, miles de ellos. Sus lanzas parecen sembrar el horizonte de aristas: ¿Cual de ellas va destinada a mí? ¿O a mi pequeño compañero que tiene la mirada perdida más allá del espectáculo que vamos a presenciar? Una vez oí una historia, hablaba de héroes de batalla, de soldados rasos que en el caos de las batallas aparecían para llevar a los suyos a una victoria aplastante. Pero a ellos no les fallaban las piernas ni la voz, no tenían la necesidad imperiosa de hacer algo más que estar quietos esperando, no necesitaban el ligero contacto de los escudos y armaduras de sus compañeros para resistir la tentación de escapar del miedo. Aún cayendo en la más terrible humillación.
Primero el retumbar de los truenos, ¿o son trompetas?, después el sonido de la lluvia sobre el suelo, cual miles de pasos acercándose, después unas nubes densas, cual borrascosos cúmulos de saetas, después unos seres aparecidos de la densa lluvia, húmedos y centelleantes. A diez metros, cinco, dos, uno, la batalla va a empezar: nuestras lanzas a pocos centímetros de sus torsos, el final se acerca. Creo que es un buen momento para morir, aunque me gustan las mariposas.