dissabte, 2 d’octubre del 2010

Relato corto: Ella y ella

Posteo este relato presentado en el Certamen Literario Rolero (CLR) del foro de Ogame (http://board.ogame.com.es). En este caso un relato que alguien ha llegado acalificar de amor y locura. Un relato algo confuso pero que no me desagrada para nada.


Ella y ella.



Cuando el silencio lleno el hueco que faltaba, desde su oscuro rincón una voz empezó:


<< Ya llevaba tiempo amenazada de muerte. De hecho, desde su mismo nacimiento viejos miedos le habían acechado en la oscuridad. Pero por suerte, también tenía aliados. Algunos más brillantes y nobles, otros más bajos y poderosos. Todos dependían de ella, todos deseaban poseerla. En ocasiones, incluso había encontrado refugio. En pequeños poblachos, en grandes palacios, en inmensas ciudades, en campos de batalla… Sí, en campos de batalla, y no solo en una ocasión. Agazapada entremedio de los soldados, áurea junto a los grandes generales, siendo la más fiel consejera de los reyes, alzando su espada, demoliendo a golpes los miedos de algunos, llenando de júbilo las gargantas de los demás; así era ella. Algunos, en ocasiones, le habían tachado de ser la misma que iniciaba los conflictos. La que propiciaba las traiciones, susurrando, a sus víctimas, dulces palabras al oído.

Y ese día no fue una excepción.

Pero no esperan que les describa como de sinuosa y atractiva era, ¿no? Ustedes están aquí para que se les cuente una historia, y yo, para contársela. Ciertas historias no son más que cuentos. Vidas ficticias entrelazadas para formar bellas imágenes en nuestra mente. Yo les contaré algo que pasó no hace mucho muy lejos de aquí. Pero la historia que les voy a contar es la historia de cualquiera de nosotros. La historia que cualquier hombre podría vivir si llega a entender lo que se esconde entre sus pieles, entre sus palabras…:

“Así fue que, estando el rey a lomos de su más blanco corcel, cruzó bosques y praderas con sus huestes pisando fuerte tras su estela. Descansaban poco, hablaban menos. Cada mediodía paraban lo suficiente para comer y beber, y proseguían su rítmico trote. Su meta y su destino, el de todos ellos, el frente del norte. Los rumores hablaban de una última incursión bárbara. Un ataque desesperado qué, de ser frustrado, devolvería esas pesadillas heladas a sus cuevas, muy adentro de las montañas. Dejarían de saquear pueblos y ciudades, de secuestrar y violar mujeres, de diezmar familias.

Muchos de los guerreros que formaban el ejército no habían sido llamados por sus oficiales. Eran voluntarios, soldados dispuestos a morir para erradicar el mal que desde ya hacía cientos de años atormentaba, en sueños, a los ciudadanos del reino. Todos bajo el estandarte de un futuro mejor, dispuestos a hundir su filo en la carne del enemigo para que la suya propia, y la de los suyos, no fuese la que alimentase la tierra y los gusanos. Y así, en bloque, el ejército avanzaba hacia un destino que parecía perderse entre las brumas de su optimismo pues nunca ningún ejército había sido más grande ni más valeroso.”


Vamos, no me miren así. Ya me imagino que ninguno de ustedes se siente amenazado por extraños bárbaros ni está alistado en el ejército. Más que nada por sus prominentes vientres. Pero no creo que deban descuidar su atención, créanme. Muchas veces, de lo más inesperado algo se puede aprender.


“-Señor, según los últimos informes ya nos están esperando. Su posición es cercana al último puente seguro.

-Gracias, puedes irte. –Respondió el soberano dispuesto a seguir diseñando su estrategia.- El hecho de que se encuentren en esa situación sólo nos favorece a nosotros. ¿Me equivoco general?

-Para nada mi señor. Nuestra infantería podrá barrerlos perfectamente pues se encuentran en la zona más llana de toda la sierra.

-Prudencia. No perdamos la cordura y caigamos en la tentación del desprecio hacia nuestros rivales. Quizás tengamos un buen ejército, pero para ellos es su última oportunidad. - Dijo el rey, volviendo su serio semblante hacia el mapa que reposaba sobre la mesa.- No estarían allí sin ningún motivo.

-Son bárbaros mi señor. Están acostumbrados a sobrevivir, no a diseñar batallas. –Contestó jocosamente uno de los presentes. Un joven que había ascendido rápidamente en el ejército gracias a sus estrategias.

-Y acaso no es lo mismo, ¿Rilles? Me decepcionas. Un cazador no solo debe saber como piensa él, como piensan los humanos. Debe entender como reaccionará su presa, sea cual sea esta. Debe adaptarse a cualquier cambio en el entorno, o al cambio del entorno mismo. Debe, además, preocuparse por lo que deja atrás, pues la carne putrefacta no alimenta ninguna familia. Debe elegir bien sus armas pues no todas las pieles son iguales. Dime, ¿que armas has proporcionado a nuestros soldados?

-Espadas de metal de gran calidad. Escudos reforzados y cotas de malla ligeras y resistentes. Ningún otro ejército del mundo puede rivalizar con nosotros. Ya no se trata de sobrevivir. Hoy, mañana, qué más da; en la guerra, de lo que se trata es de aplastar el rival. Ellos reaccionarán luchando sin cuartel, sin organización. Conocemos el lugar y este nos es favorable. No importa lo lejos que lleguemos, la forma en que los destruyamos o a quien entreguemos sus despojos. Hemos hecho de esto nuestra guerra y no la vemos a perder.

-Rilles, Rilles… La inocencia de tu juventud es tanto para ti una virtud como una debilidad. Pues aunque dónde nosotros solo vemos falsos fantasmas tu ves esquemas y planes, donde tu ves simplicidad e ingenuidad nosotros vemos disimulos y ardides. Quizás sean bárbaros, pero no tenemos ni la más remota idea de cómo se lo hacen para conseguir comida en sus tierras. Te aseguro, mi jovencísimo general, que para cazar un oso de las montañas no solo hacen falta buenas piernas y unos brazos fuertes. Y además, no podemos olvidar las leyendas.

-¡Leyendas, mi señor! Por favor, y sin querer negar sus palabras. De qué hablan las leyendas, ¿de grandes guerreros capaces de cazar osos con sus propias manos?, ¿de enormes ejércitos marchando hacia la victoria? No creerá en tales sandeces.

-Hay… bendito seas. – Respondió mientras tosía- Entiendes sobre guerras más no entiendes a nuestro enemigo. ¿Acaso no narran nuestras propias historias cosas parecidos? Esos no son los hechos que deberían preocuparte. Hablan de bestias inmundas, de mujeres bellísimas, de magia y maravillas. Y es precisamente esa luz la que nos debe inquietar.

-Magia. Nunca había oído tal palabra.

-La magia, chico, es el arte de hacer parecer que algo normal es extraordinario.

-No lo entiendo, mi señor.

-Magia es lo que hace tu chica cuando te mira a los ojos y te dice que te quiere.

-Sigo sin entenderlo.

-Lo harás algún día, no te preocupes por eso.

-Pero si son así de poderosos, ¿por qué nunca nos han vencido en batalla?

-Porque así lo creemos.

-No lo…

-Ni hace falta, hijo. Ahora lo que debemos hacer es, simplemente, alejar esas gentes de nuestras fronteras.

-No son gentes, son bàrba…

-Silencio. Ya basta por hoy. No se trata de entender o no entender preguntando pues llegarás exactamente a lo que yo entiendo. Interpreta lo que veas y contrástalo con la verdad. Ten tu propia visión. Entonces, finalmente, podrás salir a cazar. General Trensh, proceda al resumen de la situación.”


Cháchara y más cháchara, señores, es lo que siguió a esta conversación. Ya lo sé, ya lo sé. Ustedes quieren la historia entera pero contar una vida se llevaría la mía y ese no es mi objetivo. Les relataré, pues, qué pasó días más tarde en lo que ahora llamamos El Paso Escarpado, pero que para aquel entonces no era más que una gran planicie moteada por pequeñas flores violetas y matojos de hierba.


“Viento y bruma. Los estandartes presidían los bloques de hombres armados que acampaban en borde de la estepa que enmoquetaba el llano. Los costados de las tiendas rugían al paso de los elementos, provocando quejidos de sus moradores mientras más material era descargado de las caravanas que habían seguido a los combatientes hacia su destino.

-¿Todo bien? –Preguntó preocupado uno de los guardias de la tienda del soberano.

-Todo perfecto. – Respondió una voz desde dentro del habitáculo. Allí, el rey estaba solo. Tumbado sobre una mullida cama con la mirada clavada en el vacilante techo. Su mente viajaba lejos en el tiempo mas cerca en el espacio. Habían pasado años, demasiados meses desde ese momento que solo él había vivido. Nadie más que él mismo conocía que había pasado esa noche cuando se perdió en esos mismos parajes. Dos iris azules ardían en su mente desde ese día. Dos pozos que habían ido devorando su alma desde dentro y que le habían llevado a iniciar esta campaña. Algo en su interior le animaba a intentarlo. Debía encontrarla, ella era su otro filo. Recordaba sus finos rasgos, sus puntiagudas y a la vez elegantes orejas. Pero también recordaba como había escapad de inmensas sombras, no en vano había llevado esta vez consigo un gran ejército. Todo por un capricho… No, algo más profundo, algo que se negaba a aceptar.

Una racha de viento le devolvió a la realidad. Algo no cuadraba. No era el viento ni el frío, era algo más que desde la oscuridad de su obcecamiento no podía encontrar. Dos ojos… dos mundos. En el fondo, pensó, no había sido muy diferente que Rilles en sus años mozos. Arrogante e inquieto, el mundo parecía haber sido creado para él. Emprendía misiones arriesgadas hasta los confines más alejados del reino. Combatió contra decenas de mortales y derrotó a otros mucho más poderosos que él. Incluso llegó un momento en que se creyó intocable, y se adentró en la cordillera en busca de aventuras y desafíos.

El viento arreciaba aquel día nefasto en que su imbatibilidad quedó en entredicho. Pero no fue una espada ni un hacha lo que pudo con su determinación, sino un beso. Un beso gélido pero que despertó en sus entrañas un fuego que aún no había conseguido extinguir. Aún recordaba cuando la había encontrado bajo un pino tiritando de frío, su mirada de asombro y de alivio al ver que en lugar de rematarla la apretaba contra su cuerpo para intentar mantenerla en calor; la cueva en la que se cobijaron para pasar la noche, dónde compartieron conversas en las que el uno no entendía ninguna palabra de lo que el otro quería decirle. Recordaba su respiración pausada cuando quedo dormida exhausta en sus brazos, la suavidad del beso que le dedicó antes de soñar.

Y despertó solo, como ahora, Perdido en su propia ensoñación, borracho de recuerdos de hielo y fuego, frío y ardor.

Debía dormir, pues al día siguiente la batalla sería inevitable.”


Veo sarcasmo en sus sonrisas. ¿Acaso no les gusta mi relato? ¿O quizás es que cren saber de quien hablaba antes de empezar con la historia? No se equivoquen pues ella es atemporal. De hecho, su presencia nos acompaña hoy aquí, mañana allá, donde quiera que vayamos.


“-¡Estamos preparados para cargar! –Gritó un joven general al mando de la caballería.

-Dígale que en cuando lo considere oportuno puede proceder con el ataque. – Dijo el soberano a su ayudante, que repitió la orden con diligencia.

Dos mil hombres a caballo obedecieron el deseo de uno solo. Primero al trote y después a toda velocidad los hombres corrían por sus hogares, fustigaban a sus caballos para poder arrollar sin piedad a sus miedos y gritaban para liberar sus almas del terror de la muerte.

Al otro lado de la planicie un extenso número de enemigos esperaban, cubiertos con pieles, la furia de sus rivales. Una furia que murió antes de prender.

La caballería, el grueso por antonomasia del ejército real, perdió toda su ventaja. El general no había reparado suficientemente en la pasividad de los que esperaban recibir la brutal carga de sus soldados, no habían reaccionado como se debería esperar en tal caso. Tampoco no había estado atento al hecho de que la niebla se había hecho más espesa a medida que la luz se abría paso entre las nubes. Un pequeño cambio en el que debería haber reparado. El suelo, además, había ido ganando humedad durante la mañana. Y ahora, él y su caballo se encontraban inmóviles en medio de lo que antes había sido una seca planicie pero que ahora era un cenagoso pantano. Probablemente, pensó, sus rivales habían desviado parte del cauce de algún río cercano, provocando que ahora ni hombres ni caballos pudiesen avanzar. Ni avanzar ni volver atrás pues en su enfurecida exaltación habían dejado muy atrás el ejército de infantería y los enemigos, despojados ya de toda vestimenta, avanzaban con facilidad entre las traicioneras aguas. Pronto los caballeros cayeron presas de las lanzas enemigas. Sus espadas, demasiado cortas y limitadas por la poca movilidad en ese terreno no eran la mejor arma para ganar ese combate.

Uno de ellos le miró. Supo que moriría desde el instante en que los almendrados ojos del extraño se fijaron en él. Esbelto y ágil avanzó hacia su posición con una facilidad frustrante. Se detuvo para mirar a su víctima antes de levantar el brazo para asestarle el golpe final. En sus ojos no se veía ira, algo más profundo parecía animarle, algo brillaba en su mirada. Su lanza atravesó el cuello del general y de muchos más.

Metros más atrás el rey caía de rodillas mientras sus hombres caían a centenares. Él, que solo había buscado un sueño de juventud, que se había dejado quier por un sentimiento tan traicionero cono valioso, había fracasado. Su última visión fue la de una punta metálica penetrándole entre las costillas.”


Quizás no les parezca importante escuchar mi palabrería, pero créanme, no caigan nunca en el mismo error que el soberano de tan triste historia. Su vida, como la de muchos, estaba iluminada por ella, ¡ella! Nuestra protagonista, la esperanza. Mas se dejó cegar por ella. Donde los demás veían dudas, él veía luz. Quizás buscaba eso que él llamaba magia, quizás buscaba un “te quiero”. Todos sabemos como son los elfos, pero han sido muchos como él los que han perseguido un sueño imposible. ¿Creen que de verdad esos elfos nunca habían ganado una batalla contra los ejércitos? Su batalla no es nuestra batalla. No buscan la victoria en la sangre sino en la luz. Nosotros ganamos cuando les matamos, ellos ganan cuando comprenden. Ellos nos conocen, nos han estudiado, ya hora, como todos sabéis, avanzan por nuestras tierras ganando nuestras batallas. Nos están cazando, y todo porque, según dicen, su reina se enamoró de uno de nosotros y murió en su delirio por volverle a encontrar. >>



La taberna fue vaciándose, y él, cerveza en mano, seguía perdido con la mirada clavada en la mesa y su mano acariciando una cicatriz a la altura del pecho. Frías lágrimas se escolaban desde su corazón, apagando poco a poco, toda gloria que quedase en él. Una noche más...

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