dilluns, 4 d’abril del 2011

Relato corto: Ser o no ser

Relato paranoico y surrealísta. Me gusta en especial. Escrito para un CIRCO de http://board.ogame.com.es
 
Ser o no ser.

Llamas de viento, gotas de fuego y rachas de tormenta. El hombre, colgado por los pies, tatareaba una canción infantil. Sencilla, melódica, amable y juguetona. Un cuervo reposaba en la rama del árbol al que la soga que le mantenía a un palmo del suelo se asía. Y la luna, ah, la rojiza luna. Ella azotaba su torso desnudo y lleno de cortes con su calor, su ardiente y fogosa mirada. El cielo, por el contrario, mostraba todos los colores del arco-iris. Franjas violetas decoraban un fondo verde, como la hierba. ¿Hierba? Sí, hierba. Puntos amarillos también acompañaban los prados de la bóveda celeste. Pequeñas flores siempre frescas y abiertas.

O no. No. El cielo era anaranjado, casado con la sangrienta luna. Y largas y translúcidas nubes lo surcaban velozmente, impulsadas por un viento que levantaba polvo del seco suelo y provocaba el vaivén del curioso castigado. Además, la superficie estaba surcada de grietas. Tan árido era el paisaje y tan seco era el ambiente. Incluso las lágrimas rehusaban salir a saludar la inmensa planicie. Porque era una increíble llanura, como las del lejano oeste. Una grandiosa y sedienta llanura. De hecho, mirases donde mirases esta se extendía kilómetros y kilómetros en todas direcciones, invitando a los navegantes de ese mar de tierra a perderse entre la inmensidad de este.

Él amaba el mar. Le encantaban las historias de piratas, exactamente las de los que eran como los que ahora se acercaban desde el horizonte. Un barco, de madera oscura, se alzaba imponente abriendo un profundo surco en el suelo con su quilla. Unas grandes velas amarillentas presidian su palo mayor y de su proa salía una infinidad de cuerdas. Una docena de metros por delante, la tripulación, cabo en mano, arrastraba el navío con fuerza y constancia. Estaban ya a pocos metros de su árbol cuando desde la nave una voz ordenó el alto.

-¡Desatadlo! - Inquirió una voz desde el timón.

-¡No! -Preso del pánico el colgado se arqueaba frenéticamente- ¿Qué queréis de mí?

-Dos manos trabajadoras, muchacho. No es fácil encontrar por aquí gente a la que poner a nuestro servicio. Además, si no te bajamos de ahí acabarás muriendo de hambre, o es más, de sed.

-¡No! Mil demonios, dejadme tranquilo, siempre lo mismo, siempre la misma maldita historia.

Un cabo cayó desde la cubierta y seguidamente un hombre bajó por él con inusitada facilidad. Su impacto contra el suelo levantó una polvorienta cortina que cubrió sus pies momentáneamente. No pudo más que admirar la imponente figura del navegante pues por lo bajo mediría dos metros. Iba vestido con unos pantalones abombados rojos llenos de filigranas plateadas y una camisa blanca muy ancha. Se acercó hacia su presa con paso seguro y se agachó ante ella para quedar a su altura. Horrorizado, el pobre demonio que colgaba indefenso se percató que el supuesto capitán llevaba un parche en cada ojo.

-Y ahora dime, Colgado, ¿por qué motivo no te quieres unir a mi tripulación? Vivirás aventuras increíbles, surcarás todos los desiertos del mundo en busca de algún cofre lleno de plata y oro, perlas y diamantes. Dime, ¿qué más puedes pedir a cambio de que te arranquemos de esta infinita soledad? Quizás no te veo, pero sí que soy capaz de sentir que ya llevas aquí mucho tiempo y oportunidades como esta no pasan muy regularmente, ¿me equivoco? No me importa dejarte morir si con eso eres feliz, pero en el fondo de mi ser hay algo que me dice que si tu mueres nuestro destino no será mucho mejor. Y eso, Colgado, me aterra. ¿Quien eres?

-Soy alguien que está sólo. Soy alguien que busca y no encuentra.

-Quizás nos buscas a nosotros.

-A vosotros... No, no... Mi alma quiere viajar soplando las velas de tu nave mas algo me retiene aquí. Tengo miedo... -terminó en un susurro que ni el mismo capitán oyó.

-¿Qué murmullas, muchacho?

-Marchaos, marchaos ahora que aún puedo negarme a esto.

Sentía su aliento en el rostro, acechándole con una mirada inexistente. Un profundo olor a tierra inundó sus sentidos. Pánico. Pánico a perderse, a no encontrar el camino de vuelta. A no tener el control de sus pasos. Así había sido siempre.

-Hay desesperación y miedo en tus palabras, y son un claro indicio de locura. Surcar océanos de arena es duro, muy duro. Probablemente demasiado para un chico como tú. ¡A vuestras posiciones, partimos! -se levantó para volver a su nave- Muchacho -empezó, dándole la espalda.- ni siquiera se como te llamas y, sinceramente, no estoy seguro de querer saberlo, pero hay algo que quizás te interesaría saber. Tu árbol parece ser el centro de esas extrañas líneas negras que últimamente se han visto por estos parajes.

-¿Líneas negras?

-Sí, eso mismo. Y ahora yo y mis chicos tenemos un largo camino que recorrer. Adiós Colgado, espero que nunca más nos volvamos a encontrar. No me preguntes qué es, pero hay algo en mí que me dice que te deje aquí. Es extraño, mas no voy a quedarme para averiguarlo.

-Buen viaje, señor...

-Jeremy Jones, capitán del navío pirata Sandstorm.

Tenía un andar elegante, tanto como un ciego puede llegar a tener. No trastabillaba, ni siquiera parecía que dudase acerca dónde colgaba el cabo por el que volver al Sandstorm. No tardaron mucho en ponerse de nuevo en marcha. Intentó fijarse en la tripulación del barco pero parecían tener el rostro borroso. O quizás no solo era el rostro. La nave entera y su tripulación parecían desdibujados, mancos de detalles. Tormenta de arena, rápida y demoledora. La única forma, pensó, de eliminar cualquier rastro de su paso a través de las llanuras.

Les siguió con la mirada mientras sus sombras se perdían en el horizonte. El mundo se curvaba alrededor de ese punto que dibujaban sus siluetas en la tenue línea que une cielo y tierra, o tierra y cielo, ¿Qué más daba? Empezó a llover oscuridad, el mundo se cubrió de estrellas, colores, sonidos y el orden aparente dejó paso a un tranquilo caos.



Abrió los ojos lentamente, esperando recibir los tenues rayos del Sol, pero a diferencia de lo que imaginaba se encontró con un paisaje encantado. O encantado es lo primero que le vino en mente: El mundo, antes basto y amarillento, ahora presentaba unos tonos rojos de lo más siniestros. Lo que antes eran tierras infinitas ahora eran bancos de negras brumas, lejanas quizás, pero más próximas de lo que cualquiera hubiese podido desear. Pero lo más aterrador de todo aquello era el rugir del viento. Un inmenso vendaval azotaba la tierra y levantaba grandes nubes de polvo que a su vez surcaban al aire como saetas. Y el aire soplaba hacia él. Y la arena no le tocaba.

-Papá, ¡es aquí! ¡Es aquí! - Le sorprendió una voz desde su espalda. Parecía pertenecer una niña.

-¡Por fin! No te acerques, aún no. Primero deja que papá se asegure que no es peligroso. - respondió otra voz a la vez que un hombre le rodeaba a una distancia prudencial hasta quedar mirándole de frente. Este se aguantaba su sombrero de explorador del color de la sabana con su mano derecha mientras con la otra mantenía en su sitio sus pequeñas y redondas gafas. Enmarcando a estas una melena rojiza hacía que sus oscuros ojos azules destacasen sobre su larga barba, también pelirroja. Se observaron mutuamente. Uno, con los pies apuntando el firmamento, miraba fijamente al otro, que a duras penas podía mantener los ojos abiertos sin que estos empezasen a llorar profusamente. - Nay, puedes acercarte. - fue su conclusión.

Un ser extraño paso corriendo a su lado. Era una masa informe que parecía vibrar al compás del viento. Al menos así fue hasta que ese hombre empezó a desenrollar una larga sábana del cuerpo de la pequeña y se la tiró encima para protegerse de la arenisca tormenta. Juntos, padre e hija, se le acercaron lentamente, aún desconfiados. Podía ver el reflejo de unas gafas entre los pliegues de su extraña cobertura. No pudo evitar sonreír ante la curiosa imagen que se le presentaba, una fantasmagórica y extraña pareja acercándose a él de forma desequilibrada e irregular. Esa sensación, pero, se convirtió en una de completo asombro cuando esta se separó bruscamente. Bueno, bruscamente no sería la palabra, se separaron rápidamente. La figura más pequeña se quedó pegada al suelo aguantando uno de los extremos de la tela y la otra empezó a girar alrededor del árbol mientras clavaba unas gruesas puntas en el suelo. Acto seguido levantó los brazos, aún sosteniendo la sábana, y la niña, rápidamente, montó una piqueta más alta con otras piezas más pequeñas que el hombre clavó pegada al árbol. En nada una improvisada pero estable tienda les resguardaba de las vicisitudes del tiempo.

-¡Buen trabajo Nay! -exclamó el padre a la vez que chocaba una de sus manos con la de su hija. Esta, también pelirroja, tenía una cara redonda y no debería medir más de metro y medio. Ambos sonreían. Entonces pareció que se acordasen súbitamente de él porque ambos se giraron para mirarle y retrocedieron un poco hacia las pareces de su habitáculo. - Así que eses tú. -continuó el hombre- Exactamente como cuentan las leyendas que corren sobre tu persona.

-¿Perdón? - El pobre colgado no salía de su asombro – Perdón, pero, ¿qué pasa aquí? - preguntó, paseando la mirada por las opacas telas que les separaban del exterior. Ahora vio que no eran simplemente sábanas, eran gruesas y resistentes mantas de pieles, probablemente de pieles de camello.

-Nos quieres poner a prueba supongo, para saber si somos sinceros. -comentó el padre a la vez que sacudía sus marrones ropas para quitarse el polvo que las cubría.- Venimos de lejos, muy lejos, para obtener tu ayuda, oh Colgado, el que todo lo sabe y el que todo lo ve.

-¿Qué? -no daba crédito a sus oídos.

-Venimos a que nos cuentes como llegar a las entrañas del mundo. Para que nos digas dónde podemos encontrar las cuevas que nos conducirán al centro del planeta, dónde los habitantes nadan entre lagos de perlas y comen con cubiertos de diamante.

-¿Y cómo representa que yo he de saber eso?

-Esto... -intentó arrancar el hombre cuya mirada no dejaba de pasearse arriba y abajo por el rostro del colgado.- Porqué tu lo sabes, Colgado. Las leyendas así lo afirman. Yo y mi hija llevamos meses buscándote. Desde que mi esposa murió y yo me quedé sin trabajo. Necesitamos dinero para comer y poder sobrevivir. Por favor, explícanos como llegar a las riquezas que nos permitirán vivir como reyes a mi hija y a mí. -suplicó más que pidió el hombre a la vez que miraba sonriendo a su hija.- Hemos llegado a ti siguiendo uno de esos caminos oscuros que llevan hasta aquí y que se extienden como raíces de un árbol por todo el desierto.

Ambos esperaron a que él hablase, expectantes. Había esperanza en su mirada, pero lo que más le impresiono fue la fe ciega en él que sus ojos profesaban.

-Señor...

-Jeremy Jones – se apresuró a responder.

-Señor Jeremy Jones... yo no se de qué me está hablando.

Se hizo el silencio entre ellos. Seguían mirándole, quien sabe qué esperaban. Quizás que cambiase de opinión. Fue entonces cuando supo que no le creerían por mucho que les dijese que él no tenía ni idea de dónde encontrar esa tierra prometida.

-Señor Jeremy Jones... lamento decirle que, aún saber donde está esa entrada, tendría que ver dónde estamos ahora mismo para poder guiarle. Y creo que no va a ser posible. Lo siento. -fue fácil mentir, incluso le preocupó el hecho de que lo había hecho de forma automática.

-No hay problema, puedes venir con nosotros. Aún tenemos raciones de sobra para llegar al oasis más próximo.

-Creo que eso no va a ser posible.

-¿Por qué? -esta vez habló la niña- Puede usted venir con nosotros señor, ¡así podremos ir todos juntos al centro del mundo!

-Lo siento pequeña pero no creo yo que eso sea una buena idea.

-Va señor, ¡por favor! -continuó Nay, cogiéndole de la mano al colgado.

La descarga fue brutal. La niña retrocedió asustada cuando él empezó a chillar. Preso de una extraña histeria su cuerpo empezó a retorcerse entre las cuerdas que le mantenían atado.

-¡No! ¡No quiero ir con vosotros, no quiero ir con nadie. Dejadme, dejadme! ¡Yo aquí estoy seguro, no quiero salir ahí fuera! ¡Dejadme!

El viento pareció aullar con más fuerza acompañando sus palabras. Las telas que les protegían empezaron a temblar violentamente y una o dos de las puntas que las mantenían unidas al suelo abandonaron para siempre su lugar. Rachas de polvo empezaron a entrar en su habitáculo mientras Nay se abrazaba fuertemente a su padre.

-¡Dejadme! ¡He dicho que me dejéis!

Una fortísima sacudida arrancó de cuajo la tienda que les resguardaba, que se perdió a los pocos segundos entre el vendaval y el polvo. A los chillidos del colgado su unieron los de la niña, que lloraba desconsolada. Un sombrero paso rozándole la cabeza mientras levantaba la vista hacia la pareja que había ido en pos de él buscando respuestas. Vio, espeluznado, como la arena se llevaba sus ropas y después sus pieles. Vio como sus cuerpos se descomponían en un remolino de dolor y tierra, de viento y griterío. Y vio como el mundo se desmoronaba encima suyo. El horizonte se acercó a una velocidad que le dejó sin aliento, curvándose y elevándose hasta parecer una enorme boca intentando engullirlo. La nubes que cubrían la infinita planicie se lanzaron sobre él sumiéndole en la más total oscuridad. Cerró los ojos con fuerza hasta que no sintió ni una brizna de aire, hasta que no oyó nada. Silencio, oscuridad. Abrió los ojos y se encontró que ante él solo se veía la nada. Un negro vacío que le pareció más próximo que nunca pero que no se parecía en nada a esa paz anhelada. Se sintió cansado, como tantas otras veces. Miró hacia arriba, a sus pies. Quizás no es que faltase luz, quizás es que no había nada más que él mismo para alumbrar. Recorrió con la mirada el árbol y se vio reflejado en él, seco y moribundo. Y se tropezó con los ojos de un cuervo. Le estremeció pensar que llevaba todo una eternidad mirándole. Se vio a si mismo reflejado en esos oscuros orbes y supo que en realidad temía perder el tiempo. Aventurarse en empresas cuyo éxito no podía asegurar. El oscuro pájaro ladeó su negra cabeza y miró, no al colgado, sino bajo él. Antes de bajar su vista ya sabía qué era. Un objeto azul refulgente bajo el foco que parecía iluminarle. Su brillo le absorbió, el mundo (o lo que quedaba de él) fue perdiendo nitidez y los colores parecieron mariposas echando a volar. Lágrimas empezaron a humedecer sus ojos: Parpadeó.

Parpadeó y sus ojos agradecieron el agradable cosquilleo de la humedad. Le costó enfocar de nuevo el mundo, su mundo. Una tenue y blanca luz se filtraba por entre las cortinas de su habitación. Su mirada seguía fija en su herramienta. El folio seguía ahí, y negras manchas de tinta decoraban el punto donde la pluma se había quedado parada: Largas raíces surcaban el folio intentando llegar a formar palabras. Dos de ellas coronaban la página, dos palabras destinadas a ser una gran historia pero que quedarían para el olvido, como otras tantas veces. “Jeremy Jones”, capitán de un barco pirata que surca desiertos, explorador en busca de riquezas. Tantas posibilidades que no se atrevía a afrontar, tantas vidas que no se atrevía a vivir, a plasmar en un papel. Quizás escribir no era tan simple, quizás se necesitaba ser de una madera especial para poder hacerlo, para poder dejar de ser uno mismo para convertirse en algo más. Quizás, pero, mañana estaría inspirado, ¿cuánto tiempo llevaba ya engañándose de ese modo?

Un día más en blanco, otro más sin atreverse a soñar.

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