Otro relato que en su momento envié para El CRAC del Cientoseis. (www.cientoseis.es). En este caso la temática no es épica o fantástica sino que es un relato detectivesco en el antiguo Egipto.
Luz
Hacía un día caluroso en Tebas. La ciudad transpiraba calma a esa hora, las casas, sin ventanas para protegerse del calor, acompañaban esa tranquilidad con su siesta del mediodía. Gente reposaba bajo la sombra de las inmensas palmeras a orillas del Nilo mientras algunos transeúntes se dirigían a sus viviendas. Y entre ese manto de paz, el mercado bullía de actividad. El ambiente a esas horas en el mercado era prácticamente irrespirable: los rayos del Sol i el calor corporal de los centenares de personas que acudían al bazar intensificaban el olor a especias, papiros y miles de otros matices; gente con prisa corriendo de aquí para allá, esclavos con grandes paquetes de productos para sus señores, niños correteando entre las piernas de sus mayores; montones de curiosos rodeando cada puesto de venta de algún producto exótico, otros observando como se desarrollaba alguna partida de Senet en algún rincón un poco apartado; los gritos de los comerciantes alabando la calidad de sus productos a la par de los gritos de los séquitos de nobles y allegados al Faraón ordenando despejar su camino; y en medio de tal caos, se encontraba Hacmoni.
Había salido a comprar a esa hora por casualidad. No le quedaban dátiles y se los había prometido a su hija pequeña. Pasó de largo una interesantísima partida de Senet entre dos conocidos suyos para dirigirse hacia la zona norte del mercado, donde vendían los comestibles. Dejó atrás la zona dedicada a las pequeñas figuritas de barro y se adentró en la zona de los escribas. Jóvenes y viejos por igual con montones de papiros bajo el brazo recorrían las concurridas calles de esa sección del bazar. Se detuvo para observar una parada magnífica: Papiros de miles de formas y tonalidades diferentes formaban un mosaico que rezaba “Tebas, nuestra querida ciudad”. No era el único que admiraba esa obra de arte multicolor, gente de todas las edades se frenaban al ver el tapiz de jeroglíficos tan bien trenzado.
Un hombre golpeó el hombro de Hacmoni. Este se giró rápidamente para pedir disculpas pero el extraño ya se alejaba entre la multitud. Un montón de papiros habían quedado esparcidos por el suelo y un muchacho, probablemente una víctima colateral del incidente, los recogía con una prisa inusitada. Hacmoni decidió ayudarle, aunque el chico le lanzase una mirada arrogante. <<Típico de los escribas, creen ser los únicos con algo de cultura y no les gusta que les tenga que ayudar un desconocido>>. Poco a poco, el amasijo de papiros fue volviendo a una carpeta de cáñamo del joven, y fue entonces cuando Hacmoni leyó, sin querer, esa breve nota:
“El señor On, hijo del antiguo barquero de esta misma ciudad, debe morir, salve Supettien, salve Bolice asuad”
El chico le quitó casi violentamente el pequeño retazo de papiro de las manos y siguió recogiendo, mas ya era tarde. La mente de Hacmoni, siempre atenta, quizás gracias a los años que llevaba como juez, ya estaba buscando entre sus recuerdos algún señor On, infructuosamente.
Finalmente, el embrollo de papiros había degenerado en una carpeta bien ordenada y el muchacho, sin siquiera despedirse emprendió prácticamente una carrera hasta perderse entre el gentío.
Después de comer, ensalada de dátiles con maíz acompañando carne de buey y todo regado finalmente con cerveza tebana, Hacmoni se dirigió al juzgado donde él trabajaba. La misteriosa frase no dejaba de retumbar en su cabeza, hacía ya un tiempo que solo resolvía casos de fraude en la contabilidad del grano, atestiguaba algunos accidentes con algún que otro cocodrilo y con un poco de suerte cazaba algún ladrón de seda y especies exóticas provinentes de las diversas colonias egipcias. Se adentró en los juzgados, fue hacia una estatua de Maat, representada como una mujer con una gran pluma de avestruz en la frente, y le pidió que su Justicia y su Verdad le ayudasen en su día a día. Siguió andando hasta su habitáculo particular. Sobre su mesa descansaban tres papiros, tres nuevos y aburridos casos. El primero era una petición para que fuese a conocer el motivo de los retrasos en el pago de los impuestos por parte de la cofradía del puerto, el segundo la investigación de un hombre desaparecido en la zona de cáñamos y el tercero... la investigación de un grupo aparecido recientemente de asesinos por encargo. Otra vez la sentencia que había leído en el pergamino de aquel chaval le vino a la memoria.
Empezó a ojear con más detenimiento el informe. El grupo se autodenominaba con un extremo mal gusto “Bolice asuad”, Policía negra. <<Lo que nos faltaba, más fanáticos que creen poder tomarse la justicia por su mano>>. Esta sociedad, recogía el documento, recibía encargos para asesinar a altos cargos de gobiernos provinciales por grandes sumas de oro y materiales de lujo. Según rezaba el informe, se transmitían los encargos en clave, de forma que si se interceptaba un papiro con el encargo no se podía saber quien sería la futura víctima. <<Por fin un caso que me sacará de la rutina>>.
Una breve caminata llevó Hacmoni hasta la zona de carga y descarga en la orilla del río. Una vez allí, no tardó en localizar el administrador del puerto fluvial. El hombre, de espeso bigote e igual melena recogida en una coleta le recibió amablemente.
-Soy el juez Hacmoni. Me trae hasta su cofradía un motivo personal referente a uno de sus barqueros.
-Si se refiere a Gibar debe saber que ya le he despedido, no pagar las comisiones en su plazo fue un error suyo pues es mucho músculo y poco cerebro, como su nombre ya me tenía que haber advertido, pero claro…
-No, por favor, dejemos ese tema para más adelante. Primeramente, me gustaría saber si conoce un hombre llamado On, hijo de un barquero que trabajó en algún momento en esta ciudad, igual trabajó para usted.
-On… Sí, tuve un empleado que se llamaba así. Anciano ya, dejó el trabajo por dolores en la espalda, supongo que ahora vive a costa de sus hijos, el viejo era de lo más aprovechado que uno se podía tirar a la cara. Supongo que no habrá muerto ya, ¿no?
-¿Perdón? – casi exclamó Hacmoni.
-En ocasiones sufría ataques, le salía espuma por la boca y una vez casi arranca un dedo de un mordisco a un joven pescador que intentó ayudarle. Todos pensábamos que los dioses estaban enfadados con él.
-Ah, de acuerdo. Por cierto, el tema de las demoras en el pago de los impuestos, ha dicho que…
Unas horas después, cuando el Sol empezaba a declinar y ya había dictado el informe sobre los retardos en el pago de impuestos, Hacmoni se dirigió a la dirección que le había indicado el encargado del puerto para encontrar al señor On. No llegó a golpear la puerta cuando esta se abrió silenciosamente. Se encontró de caras con un animal, o eso pareció hasta que para su horror se percató que era un rostro anciano, desgastado y con unas arrugas que debían llegar al mismo cráneo del pobre hombre, que además presentaba dos blanquísimos velos que le cubrían sus ojos por completo.
-No me mires así, ya se que aspecto tengo.- dijo ásperamente el anciano- Entra.
Hacmoni penetró en la pequeña casita del hombre. Esta estaba perfectamente ordenada y no mostraba señales de que viviese alguien más que ese hombre. Unos papiros reposaban en la mesa central de lo que parecía el comedor, el papiro superior rezaba: “Hitos de señor On, el abandonado”.
-¿Es usted el señor On? –preguntó el juez.
-Sí, soy yo. Pero es usted el invitado, es decir que se debería presentar, ¿no cree?
-Esto… -ese hombre tenía una seguridad en si mismo que hizo temblar ligeramente a Hacmoni.– mi nombre es Hacmoni, soy juez de esta ciudad. No era mi intención molestarle, pero si estoy aquí es por su bien.
-¿Por mi bien? No me haga reír, mis huesos ya no aguantan las sacudidas bruscas. Si usted está aquí es porqué le interesa algo de mí, ya sea ayudarme o matarme, así que diga que quiere y así podré ir a dormir temprano.
-Señor On, no me tome el pelo, por favor. Mis palabras son sinceras cuando afirmo que estoy aquí por su seguridad. Hace poco, he tropezado con un pergamino que reflejaba la necesidad de que el señor On, hijo del antiguo barquero de esta misma ciudad muriese, ¿sabe porqué alguien puede querer verle muerto?
Los pelos de Hacmoni se erizaron cuando el anciano empezó a reír, parecía más la risa de una hiena que la de un hombre.
-Señor Hacmoni, veo que no hace honor a su nombre. ¿De verdad no ve el mensaje que se esconde tras esa frase? ¿Me está diciendo, señor Hacmoni, juez de la ciudad de Tebas, capital de Egipto, que no es capaz de ver ahí donde mis ciegos ojos ven con tanta claridad?
Con creciente horror, Hacmoni advirtió que el orden imperante en la casa, la seguridad del hombre, la escritura de un manuscrito, que le abriese la puerta cuando solo podía haber visto su sombra en el umbral de esta eran hitos casi sobrehumanos. <<¿Quién es?>>. La risa del señor On hendió el aire una vez más, esta vez mucho más incisiva y aguda, prácticamente no respiraba.
-Señor, recuérdeme que significa su nombre. – dijo el anciano.
-Hacmoni significa Hombre Sabio.
La risa del anciano se hizo más aguda si eso fuera posible.
-Pues ahora mismo los dioses deben estar riendo a su costa, pues no es capaz de ver el nombre de uno de ellos en sus propias palabras y mire que es evidente.
-¿Como?
-Hacmoni, ¿sabe que significa mi nombre?
-No.
-Mi nombre es el nombre que los coptos le dan a Iunu, a lo que en el norte del gran mar le llaman heliópolis. ¿Aún no es capaz de verlo?- la risa del anciano se convirtió en un sonido histérico y estridente, parecía que ya no respirase.
-Si no se explica mejor yo no…
En ese momento al anciano le sobrevino un ataque, esta vez no sobrevivió.
La única luz que alumbraba la estancia era la de una vela aromática sobre una mesa redonda. Hacmoni, sentado frente a esta observaba un pergamino garabateado de su propia mano. En el centro del pergamino, de la frase que había leído hacia unas cuantas horas, salían incontables flechas hacia nuevas sentencias, cada cual más rebuscada que la anterior, pero sin ningún resultado satisfactorio, Hacmoni no se veía capaz de resolver el misterio que rodeaba la maldita frase. Decidió concentrarse una vez más y cerró los ojos, recordando las palabras del pobre On. Iunu, la heliópolis, un antiguo barquero de la ciudad, un asesinato, “Bolice asuad”, Policía negra…
Hacmoni caía, siempre caía, ¿llevaba cayendo siempre? Sí, probablemente, pero ahora no podía ver la luz ahí arriba, había bajado demasiado, Ra ya no podía iluminarle desde su barca solar, demasiado lejos, Maat le había abandonado, ya nada le rescataría. Seguía cayendo, un pozo sin fondo, o no… el suelo vino a él.
<<Un sueño, solo ha sido un sueño>> Se dijo el juez, que se encontraba sentado frente a la mesa de su estudio. Una taza de vino dulce, aromatizado con dátiles durante meses, reposaba en la mesa junto con una hogaza de pan tierno de trigo. Su mujer se preocupaba demasiado por él. Apuró el desayuno que le pareció amargo, odiaba la frustración que uno siente cuando no es capaz de resolver algún problema.
La humedad de las cañadas era extrema a esas horas del mediodía. Hacmoni acababa de llegar y unas enormes gotas de sudor ya recorrían su frente.
-Así, caso resuelto. –dijo el juez observando el cadáver, o lo que quedaba de él, del hombre que habían reportado como desaparecido. Los cocodrilos sin duda habían dado cuenta de él.
Hacmoni se dirigió hacia la sombra de unas palmeras algo alejadas del río seguido de su comitiva judicial.
-Maldito calor, espero que este año el río crezca bien y podamos tener agua suficiente como para apagar nuestra sed. –dijo Akiiki, el escriba personal del juez.
-La verdad es que sí, este calor nos va a acabar matando, y si no es el calor van a ser los cocodrilos, así que realmente no hay de que preocuparse…-suspiró Hacmoni.
-Os veo triste, señor.
-No te preocupes por mi Akiiki, solo es que no he dormido en toda la noche.
-Ya debería estar acostumbrado, este trabajo requiere muchas horas de esfuerzo para resolver anagramas, leer documentos y actuar en consecuencia.
-Lo sé, lo sé, pero…
-Y sino, haga como yo hice al día siguiente al último desfile del faraón por el río, que fui al mercado a comprar ese té tan oscuro que venden… ¡Señor, no tenga tanta prisa, que aún no le he explicado donde encontrarlo! –dijo levantándose y siguiendo a la carrera al juez que había echado a correr súbitamente.
-Lo siento señor juez, pero no le puedo dejar pasar, solo los sumos sacerdotes y el mismísimo faraón pueden entrar a esta cámara.
-¿Y si le digo que la vida del faraón depende de ello?
-En ese caso acuda al señor director general de seguridad, el siguiente pasillo segunda entrada a la derecha, pida permiso antes de entrar, tiene… un genio bastante… encendido.
Hacmoni se dirigió a paso vivo hacia la dirección indicada. Un rato más tarde llamó a una puerta.
-Pase. –dijo una voz femenina des del interior.
-Hola, soy Hacmoni, juez de Tebas, estoy aquí porqué peligra la vida del faraón.
-Bien. Me puede llamar Batal Atalia, mi nombre real no puede ser conocido por la mayoría de Tebas, así que no me mire con esa expresión extrañada. – dijo la mujer, alta, morena y de muy buen ver- Dígame todo lo que sepa.
Una tenue luz se filtraba a través de la puerta de entrada del templo personal del faraón, en el recinto dedicado a Mut. La brisa nocturna le acarició la piel de los brazos, oscurecida con carbón. Su rostro, oscurecido idénticamente, observaba atentamente de entre los arbustos del patio. A su lado Atalia igualmente ataviada observaba atentamente la única entrada por la que alguien podría acceder al faraón, en ese momento rezando. Hacmoni llevo su mano a la daga que llevaba atada a la nalga derecha. Eso y unos trapos negros eran todas sus vestiduras.
-¿Crees que nosotros dos solos podremos parar a los atacantes? -susurró el juez a su compañera de emboscada.
-Ya te he dicho que para poder pasar los controles del templo deberá ser una sola persona y poco sospechosa, así que seguro que podremos.
-Y porqué no entramos a avisar al faraón…
-¡Maldita sea! -le espetó en voz baja- puede llegar en cualquier momento, no me hagas repetir las cosas mil veces. Imagínate que ve salir de la sala una persona pintada de negro, nadie en su sano juicio… ¡Silencio! Alguien se acerca… -dijo casi extrañada.
En aquel momento un sujeto entró en el patio. Era un anciano, vestido con una túnica blanca ceñida a su cintura por unos cordeles. Se dirigía directamente a la entrada que estaban custodiando. Hacmoni se dio cuenta de la tensión en el rostro de Atalia cuando esta se giró para comprobar que estaba preparado.
-¡Ahora!
Ambos se lanzaron sobre el anciano, reduciéndolo fácilmente. Cuando Atalia ya iba a degollarlo el juez detuvo su mano.
-Después, primero hemos de interrogarlo.
-Bien, déjalo aquí atado, yo misma iré a avisar al faraón, ve tú a la entrada y que entren los guardias a llevarse al asesino.
-De acuerdo.
Atalia se dirigió a la puerta, y Hacmoni dobló la esquina corriendo, debía avisar los guardias.
La fragancia a aceites dominaba la estancia cuando Atalia entró. El faraón rezaba con la cabeza pegada al suelo cuando un puñal se le apoyó en la garganta.
-¿Que haces Nefera? Deberías estar protegiéndome, no amenazándome.
-¿Como sabe mi nombre si nunca he hablado con usted, viejo? –dijo Atalia, totalmente desconcertada.
-No menosprecies el poder de la mente. A veces hace falta algo más que un buen plan para triunfar.
-¿Y serás tu el que me lo impida, anciano engreído?
-No, seré yo. Nefera, quedas arrestada bajo mi poder como juez de Tebas por intento de asesinato del faraón, fundadora de una organización de asesinos y como corruptora del régimen. –dijo desde el umbral.
-Quiero saber bajo que pruebas se me acusa. –la voz retumbó en la sala del juzgado. Los presentes guardaban un silencio sepulcral.
-La acusada tiene derecho a conocerlos, y yo mismo los expondré: Hace dos días me encontraba yo andando por el mercado cuando por una de esas casualidades de la vida, o por la divina gracia de Maat, me encontré con un papiro con la siguiente inscripción:
“El señor On, hijo del antiguo barquero de esta misma ciudad, debe morir, salve Supettien, salve Bolice asuad”
Evidentemente me chocó la frase y más la forma en que el papel me fue arrebatado. Ese mismo día hablé con el señor On, un hombre ciego pero con una inteligencia extraordinaria. Me explicó… me explico antes de morir que su nombre era el nombre copto de Iunu. A él le debo la resolución de la primera parte del caso. Ese mismo día el hombre murió, muerte natural. Pasé la noche trabajando hasta que me quedé dormido, fue entonces cuando debía haber resuelto parte del enigma, pero no me dí cuenta hasta más tarde. Ayer encontramos a un carpintero desaparecido en el margen del río, los cocodrilos lo habían destrozado, su cuerpo era en desastre, yo había dormido poco, y he de admitir que me afectó un poco. Fue entonces cuando Akiiki, mi escriba, resolvió el caso. -Los murmullos empezaron a recorrer la sala al tiempo que el escriba levantaba la cabeza de su trabajo.- Primero, resolvió la primera parte del caso, o mejor dicho, de la frase:
“El señor On, hijo del antiguo barquero de esta misma ciudad, debe morir.”
Maldita sea, ¡había estado ciego! Estaban hablando de nuestro faraón. No en vano lleva el título de ”Engendrado por Ra, Señor de Iunu”. ¿Como no había caído en que Ra es el patrón de nuestra ciudad desde hace ya tiempo, y que además es el barquero de la barca solar que nos ilumina día a día? Y después me recordó los anagramas. Tanto tiempo sin casos de este tipo se me habían olvidado, ahí resolví la segunda parte de la frase:
“Salve Supettien, salve Bolice asuad”
Pensé que Supettien debia ser un dios copto, como On era un nombre de estos mismos. Seputtien. Supettien es un anagrama de: En Ipet Sut. Sí señores, Ipet Sut, o como también le llaman: El Tempo de Karnak. Solo me faltaba avisar a las autoridades, así que acudí a avisar al faraón, cosa que no fue posible, me dirigí a avisar al director general de seguridad, el señor Nemenat, que hoy no ha podido venir. Fue entonces cuando vi en su mesa un documento firmado con dos iniciales: B.A. Cuando le pregunté por el editor me dijo que era la que ellos llamaban Víbora Negra por sus actividades ocultas, Batal Atalia. No la podían echar porqué nunca habían encontrado pruebas, todo el mundo sabia que ocultaba secretos, pero que la soberbia y el orgullo de dicha mujer eran tan fuertes que nadie se atrevía a preguntar por las posibles represalias, además de que ella no hubiese dicho la verdad. Así fue como me di cuenta del porqué del nombre de Bolice Asuad, sí, las iniciales cuadraban. Las ansias de poder de la mujer la habían llevado a delatarse. Bolice Asuad, Batal Atalia. Solo avisarla de nuestras intenciones de capturar al asesino se puso a nuestra disposición para vigilar en solitario al faraón. Cuando me pusieron junto a ella objetó incluso que no estaba bien maquillado para quedarse sola. Finalmente confirmó mis sospechas con su cara de interrogante al ver alguien que iba a matar al faraón y que no era ella misma, incluso iba a matar el sospechoso saltándose el protocolo. Después solo tuve que esperar que empezase a actuar para capturarla. Debo admitir que usar un sustituto del faraón fue algo arriesgado, pero ella nunca lo había visto en persona y finalmente el engaño fue posible. Así, la acusada de verdadero nombre Nefera queda acusada de intento de asesinato, creación de un grupo de asesinos y como corruptora del régimen.
-¿Corruptora del régimen? –preguntó un juez auxiliar.
-La señorita aquí presente colocaba secuaces en empresas importantes para retrasar pagos de impuestos y así retrasar el repartimiento de grano en los templos, con la consiguiente crisis de comida anual que iba diezmando la moral del país. Esto está confirmado gracias al administrador del puerto fluvial, que me advirtió de estar irregularidades además de aportarme información sobre el señor On.
-Muy bien, nada más a objetar.
-Por mi parte tampoco. –dijo el otro juez auxiliar.
-Así pues, se deja visto para sentencia. Caso resuelto.