dimecres, 16 de novembre del 2011

Nuevo blog para uan novela corta

He empezado un neuvo blog donde subiré por capítulos una novela de fantasía/ciencia ficción marca de la casa. El link es el siguiente:

http://realidadificcion.blogspot.com/http://realidadificcion.blogspot.com/

dilluns, 4 d’abril del 2011

Relato corto: Ser o no ser

Relato paranoico y surrealísta. Me gusta en especial. Escrito para un CIRCO de http://board.ogame.com.es
 
Ser o no ser.

Llamas de viento, gotas de fuego y rachas de tormenta. El hombre, colgado por los pies, tatareaba una canción infantil. Sencilla, melódica, amable y juguetona. Un cuervo reposaba en la rama del árbol al que la soga que le mantenía a un palmo del suelo se asía. Y la luna, ah, la rojiza luna. Ella azotaba su torso desnudo y lleno de cortes con su calor, su ardiente y fogosa mirada. El cielo, por el contrario, mostraba todos los colores del arco-iris. Franjas violetas decoraban un fondo verde, como la hierba. ¿Hierba? Sí, hierba. Puntos amarillos también acompañaban los prados de la bóveda celeste. Pequeñas flores siempre frescas y abiertas.

O no. No. El cielo era anaranjado, casado con la sangrienta luna. Y largas y translúcidas nubes lo surcaban velozmente, impulsadas por un viento que levantaba polvo del seco suelo y provocaba el vaivén del curioso castigado. Además, la superficie estaba surcada de grietas. Tan árido era el paisaje y tan seco era el ambiente. Incluso las lágrimas rehusaban salir a saludar la inmensa planicie. Porque era una increíble llanura, como las del lejano oeste. Una grandiosa y sedienta llanura. De hecho, mirases donde mirases esta se extendía kilómetros y kilómetros en todas direcciones, invitando a los navegantes de ese mar de tierra a perderse entre la inmensidad de este.

Él amaba el mar. Le encantaban las historias de piratas, exactamente las de los que eran como los que ahora se acercaban desde el horizonte. Un barco, de madera oscura, se alzaba imponente abriendo un profundo surco en el suelo con su quilla. Unas grandes velas amarillentas presidian su palo mayor y de su proa salía una infinidad de cuerdas. Una docena de metros por delante, la tripulación, cabo en mano, arrastraba el navío con fuerza y constancia. Estaban ya a pocos metros de su árbol cuando desde la nave una voz ordenó el alto.

-¡Desatadlo! - Inquirió una voz desde el timón.

-¡No! -Preso del pánico el colgado se arqueaba frenéticamente- ¿Qué queréis de mí?

-Dos manos trabajadoras, muchacho. No es fácil encontrar por aquí gente a la que poner a nuestro servicio. Además, si no te bajamos de ahí acabarás muriendo de hambre, o es más, de sed.

-¡No! Mil demonios, dejadme tranquilo, siempre lo mismo, siempre la misma maldita historia.

Un cabo cayó desde la cubierta y seguidamente un hombre bajó por él con inusitada facilidad. Su impacto contra el suelo levantó una polvorienta cortina que cubrió sus pies momentáneamente. No pudo más que admirar la imponente figura del navegante pues por lo bajo mediría dos metros. Iba vestido con unos pantalones abombados rojos llenos de filigranas plateadas y una camisa blanca muy ancha. Se acercó hacia su presa con paso seguro y se agachó ante ella para quedar a su altura. Horrorizado, el pobre demonio que colgaba indefenso se percató que el supuesto capitán llevaba un parche en cada ojo.

-Y ahora dime, Colgado, ¿por qué motivo no te quieres unir a mi tripulación? Vivirás aventuras increíbles, surcarás todos los desiertos del mundo en busca de algún cofre lleno de plata y oro, perlas y diamantes. Dime, ¿qué más puedes pedir a cambio de que te arranquemos de esta infinita soledad? Quizás no te veo, pero sí que soy capaz de sentir que ya llevas aquí mucho tiempo y oportunidades como esta no pasan muy regularmente, ¿me equivoco? No me importa dejarte morir si con eso eres feliz, pero en el fondo de mi ser hay algo que me dice que si tu mueres nuestro destino no será mucho mejor. Y eso, Colgado, me aterra. ¿Quien eres?

-Soy alguien que está sólo. Soy alguien que busca y no encuentra.

-Quizás nos buscas a nosotros.

-A vosotros... No, no... Mi alma quiere viajar soplando las velas de tu nave mas algo me retiene aquí. Tengo miedo... -terminó en un susurro que ni el mismo capitán oyó.

-¿Qué murmullas, muchacho?

-Marchaos, marchaos ahora que aún puedo negarme a esto.

Sentía su aliento en el rostro, acechándole con una mirada inexistente. Un profundo olor a tierra inundó sus sentidos. Pánico. Pánico a perderse, a no encontrar el camino de vuelta. A no tener el control de sus pasos. Así había sido siempre.

-Hay desesperación y miedo en tus palabras, y son un claro indicio de locura. Surcar océanos de arena es duro, muy duro. Probablemente demasiado para un chico como tú. ¡A vuestras posiciones, partimos! -se levantó para volver a su nave- Muchacho -empezó, dándole la espalda.- ni siquiera se como te llamas y, sinceramente, no estoy seguro de querer saberlo, pero hay algo que quizás te interesaría saber. Tu árbol parece ser el centro de esas extrañas líneas negras que últimamente se han visto por estos parajes.

-¿Líneas negras?

-Sí, eso mismo. Y ahora yo y mis chicos tenemos un largo camino que recorrer. Adiós Colgado, espero que nunca más nos volvamos a encontrar. No me preguntes qué es, pero hay algo en mí que me dice que te deje aquí. Es extraño, mas no voy a quedarme para averiguarlo.

-Buen viaje, señor...

-Jeremy Jones, capitán del navío pirata Sandstorm.

Tenía un andar elegante, tanto como un ciego puede llegar a tener. No trastabillaba, ni siquiera parecía que dudase acerca dónde colgaba el cabo por el que volver al Sandstorm. No tardaron mucho en ponerse de nuevo en marcha. Intentó fijarse en la tripulación del barco pero parecían tener el rostro borroso. O quizás no solo era el rostro. La nave entera y su tripulación parecían desdibujados, mancos de detalles. Tormenta de arena, rápida y demoledora. La única forma, pensó, de eliminar cualquier rastro de su paso a través de las llanuras.

Les siguió con la mirada mientras sus sombras se perdían en el horizonte. El mundo se curvaba alrededor de ese punto que dibujaban sus siluetas en la tenue línea que une cielo y tierra, o tierra y cielo, ¿Qué más daba? Empezó a llover oscuridad, el mundo se cubrió de estrellas, colores, sonidos y el orden aparente dejó paso a un tranquilo caos.



Abrió los ojos lentamente, esperando recibir los tenues rayos del Sol, pero a diferencia de lo que imaginaba se encontró con un paisaje encantado. O encantado es lo primero que le vino en mente: El mundo, antes basto y amarillento, ahora presentaba unos tonos rojos de lo más siniestros. Lo que antes eran tierras infinitas ahora eran bancos de negras brumas, lejanas quizás, pero más próximas de lo que cualquiera hubiese podido desear. Pero lo más aterrador de todo aquello era el rugir del viento. Un inmenso vendaval azotaba la tierra y levantaba grandes nubes de polvo que a su vez surcaban al aire como saetas. Y el aire soplaba hacia él. Y la arena no le tocaba.

-Papá, ¡es aquí! ¡Es aquí! - Le sorprendió una voz desde su espalda. Parecía pertenecer una niña.

-¡Por fin! No te acerques, aún no. Primero deja que papá se asegure que no es peligroso. - respondió otra voz a la vez que un hombre le rodeaba a una distancia prudencial hasta quedar mirándole de frente. Este se aguantaba su sombrero de explorador del color de la sabana con su mano derecha mientras con la otra mantenía en su sitio sus pequeñas y redondas gafas. Enmarcando a estas una melena rojiza hacía que sus oscuros ojos azules destacasen sobre su larga barba, también pelirroja. Se observaron mutuamente. Uno, con los pies apuntando el firmamento, miraba fijamente al otro, que a duras penas podía mantener los ojos abiertos sin que estos empezasen a llorar profusamente. - Nay, puedes acercarte. - fue su conclusión.

Un ser extraño paso corriendo a su lado. Era una masa informe que parecía vibrar al compás del viento. Al menos así fue hasta que ese hombre empezó a desenrollar una larga sábana del cuerpo de la pequeña y se la tiró encima para protegerse de la arenisca tormenta. Juntos, padre e hija, se le acercaron lentamente, aún desconfiados. Podía ver el reflejo de unas gafas entre los pliegues de su extraña cobertura. No pudo evitar sonreír ante la curiosa imagen que se le presentaba, una fantasmagórica y extraña pareja acercándose a él de forma desequilibrada e irregular. Esa sensación, pero, se convirtió en una de completo asombro cuando esta se separó bruscamente. Bueno, bruscamente no sería la palabra, se separaron rápidamente. La figura más pequeña se quedó pegada al suelo aguantando uno de los extremos de la tela y la otra empezó a girar alrededor del árbol mientras clavaba unas gruesas puntas en el suelo. Acto seguido levantó los brazos, aún sosteniendo la sábana, y la niña, rápidamente, montó una piqueta más alta con otras piezas más pequeñas que el hombre clavó pegada al árbol. En nada una improvisada pero estable tienda les resguardaba de las vicisitudes del tiempo.

-¡Buen trabajo Nay! -exclamó el padre a la vez que chocaba una de sus manos con la de su hija. Esta, también pelirroja, tenía una cara redonda y no debería medir más de metro y medio. Ambos sonreían. Entonces pareció que se acordasen súbitamente de él porque ambos se giraron para mirarle y retrocedieron un poco hacia las pareces de su habitáculo. - Así que eses tú. -continuó el hombre- Exactamente como cuentan las leyendas que corren sobre tu persona.

-¿Perdón? - El pobre colgado no salía de su asombro – Perdón, pero, ¿qué pasa aquí? - preguntó, paseando la mirada por las opacas telas que les separaban del exterior. Ahora vio que no eran simplemente sábanas, eran gruesas y resistentes mantas de pieles, probablemente de pieles de camello.

-Nos quieres poner a prueba supongo, para saber si somos sinceros. -comentó el padre a la vez que sacudía sus marrones ropas para quitarse el polvo que las cubría.- Venimos de lejos, muy lejos, para obtener tu ayuda, oh Colgado, el que todo lo sabe y el que todo lo ve.

-¿Qué? -no daba crédito a sus oídos.

-Venimos a que nos cuentes como llegar a las entrañas del mundo. Para que nos digas dónde podemos encontrar las cuevas que nos conducirán al centro del planeta, dónde los habitantes nadan entre lagos de perlas y comen con cubiertos de diamante.

-¿Y cómo representa que yo he de saber eso?

-Esto... -intentó arrancar el hombre cuya mirada no dejaba de pasearse arriba y abajo por el rostro del colgado.- Porqué tu lo sabes, Colgado. Las leyendas así lo afirman. Yo y mi hija llevamos meses buscándote. Desde que mi esposa murió y yo me quedé sin trabajo. Necesitamos dinero para comer y poder sobrevivir. Por favor, explícanos como llegar a las riquezas que nos permitirán vivir como reyes a mi hija y a mí. -suplicó más que pidió el hombre a la vez que miraba sonriendo a su hija.- Hemos llegado a ti siguiendo uno de esos caminos oscuros que llevan hasta aquí y que se extienden como raíces de un árbol por todo el desierto.

Ambos esperaron a que él hablase, expectantes. Había esperanza en su mirada, pero lo que más le impresiono fue la fe ciega en él que sus ojos profesaban.

-Señor...

-Jeremy Jones – se apresuró a responder.

-Señor Jeremy Jones... yo no se de qué me está hablando.

Se hizo el silencio entre ellos. Seguían mirándole, quien sabe qué esperaban. Quizás que cambiase de opinión. Fue entonces cuando supo que no le creerían por mucho que les dijese que él no tenía ni idea de dónde encontrar esa tierra prometida.

-Señor Jeremy Jones... lamento decirle que, aún saber donde está esa entrada, tendría que ver dónde estamos ahora mismo para poder guiarle. Y creo que no va a ser posible. Lo siento. -fue fácil mentir, incluso le preocupó el hecho de que lo había hecho de forma automática.

-No hay problema, puedes venir con nosotros. Aún tenemos raciones de sobra para llegar al oasis más próximo.

-Creo que eso no va a ser posible.

-¿Por qué? -esta vez habló la niña- Puede usted venir con nosotros señor, ¡así podremos ir todos juntos al centro del mundo!

-Lo siento pequeña pero no creo yo que eso sea una buena idea.

-Va señor, ¡por favor! -continuó Nay, cogiéndole de la mano al colgado.

La descarga fue brutal. La niña retrocedió asustada cuando él empezó a chillar. Preso de una extraña histeria su cuerpo empezó a retorcerse entre las cuerdas que le mantenían atado.

-¡No! ¡No quiero ir con vosotros, no quiero ir con nadie. Dejadme, dejadme! ¡Yo aquí estoy seguro, no quiero salir ahí fuera! ¡Dejadme!

El viento pareció aullar con más fuerza acompañando sus palabras. Las telas que les protegían empezaron a temblar violentamente y una o dos de las puntas que las mantenían unidas al suelo abandonaron para siempre su lugar. Rachas de polvo empezaron a entrar en su habitáculo mientras Nay se abrazaba fuertemente a su padre.

-¡Dejadme! ¡He dicho que me dejéis!

Una fortísima sacudida arrancó de cuajo la tienda que les resguardaba, que se perdió a los pocos segundos entre el vendaval y el polvo. A los chillidos del colgado su unieron los de la niña, que lloraba desconsolada. Un sombrero paso rozándole la cabeza mientras levantaba la vista hacia la pareja que había ido en pos de él buscando respuestas. Vio, espeluznado, como la arena se llevaba sus ropas y después sus pieles. Vio como sus cuerpos se descomponían en un remolino de dolor y tierra, de viento y griterío. Y vio como el mundo se desmoronaba encima suyo. El horizonte se acercó a una velocidad que le dejó sin aliento, curvándose y elevándose hasta parecer una enorme boca intentando engullirlo. La nubes que cubrían la infinita planicie se lanzaron sobre él sumiéndole en la más total oscuridad. Cerró los ojos con fuerza hasta que no sintió ni una brizna de aire, hasta que no oyó nada. Silencio, oscuridad. Abrió los ojos y se encontró que ante él solo se veía la nada. Un negro vacío que le pareció más próximo que nunca pero que no se parecía en nada a esa paz anhelada. Se sintió cansado, como tantas otras veces. Miró hacia arriba, a sus pies. Quizás no es que faltase luz, quizás es que no había nada más que él mismo para alumbrar. Recorrió con la mirada el árbol y se vio reflejado en él, seco y moribundo. Y se tropezó con los ojos de un cuervo. Le estremeció pensar que llevaba todo una eternidad mirándole. Se vio a si mismo reflejado en esos oscuros orbes y supo que en realidad temía perder el tiempo. Aventurarse en empresas cuyo éxito no podía asegurar. El oscuro pájaro ladeó su negra cabeza y miró, no al colgado, sino bajo él. Antes de bajar su vista ya sabía qué era. Un objeto azul refulgente bajo el foco que parecía iluminarle. Su brillo le absorbió, el mundo (o lo que quedaba de él) fue perdiendo nitidez y los colores parecieron mariposas echando a volar. Lágrimas empezaron a humedecer sus ojos: Parpadeó.

Parpadeó y sus ojos agradecieron el agradable cosquilleo de la humedad. Le costó enfocar de nuevo el mundo, su mundo. Una tenue y blanca luz se filtraba por entre las cortinas de su habitación. Su mirada seguía fija en su herramienta. El folio seguía ahí, y negras manchas de tinta decoraban el punto donde la pluma se había quedado parada: Largas raíces surcaban el folio intentando llegar a formar palabras. Dos de ellas coronaban la página, dos palabras destinadas a ser una gran historia pero que quedarían para el olvido, como otras tantas veces. “Jeremy Jones”, capitán de un barco pirata que surca desiertos, explorador en busca de riquezas. Tantas posibilidades que no se atrevía a afrontar, tantas vidas que no se atrevía a vivir, a plasmar en un papel. Quizás escribir no era tan simple, quizás se necesitaba ser de una madera especial para poder hacerlo, para poder dejar de ser uno mismo para convertirse en algo más. Quizás, pero, mañana estaría inspirado, ¿cuánto tiempo llevaba ya engañándose de ese modo?

Un día más en blanco, otro más sin atreverse a soñar.

dijous, 31 de març del 2011

Relato corto: Tarde de invierno

Para variar la temática algo romántico y pasional. Escrito para un CRAC DE www.cientoseis.es:



Tarde de invierno

Hubo una vez, quién sabe dónde y cuándo, en que alguien me contó que el tiempo es un brutal torrente de acciones qué, de alguna manera, escapan al control de cualquiera. Aún recuerdo cómo reí ante tal afirmación; cómo, regocijándome de mi propia existencia, arremetí con palabras grandilocuentes y grandes aspavientos contra todos aquellos que no creyesen que el futuro siempre está en las manos de uno. ¡El destino! ¡Ha! Hermosa palabra para los cobardes, para todos aquellos incapaces de aferrarse a sí mismos y así poder navegar por su curso contra esta corriente llamada presente. Tenía tan claro qué hacer y cuando hacerlo, las decisiones eran mías, de nadie más. Era todo tan fácil...

En ocasiones, aún me pregunto qué motivo tendría el dios qué, de entre miles de nosotros, nos eligió a ti y a mí. Me cuestiono si no fue más que azar o si nuestros caminos llevaban ya milenios esperando para cruzarse. Si, en el fondo, lo que hoy siento por ti no es nada genuino, nada más que la nova tras la estrella: Un increíble destello que lleva ya un milenio tras mis pasos.

Amor a primera vista. Desde el mismo momento en que coincidimos entre las grandes corrientes de este mundo supe que mi destino era estar junto a ti. No fue una decisión arbitraria. Yo, el paradigma de la soledad ¡Era feliz! Y ahora me hallo sumido en este remolino de sentimientos contrarios, de dolor y sufrimiento. Si pudiese dormir pasaría noches en vela, si pudiese luchar capearía mil y una tormentas para volver a ti. Si pudiese, serías mía.

Ante todo, pero, quiero que sepas una cosa: Soy tímido. Quizás no lo pareciese, lo sé. Fue todo tan natural... sentía tu presencia aleteando a mi alrededor mientras, entre el rugido del viento, nosotros permanecimos juntos. Girabas y girabas cual bailarina, animando mi helado corazón a seguir tu ritmo, tu estela. ¿Fue eso lo que encendió la llama?, ¿ese instante de armonía en que nada podía interrumpirnos, en que ningún elemento hubiese sido capaz de separarnos?. Pocos creerían que tanta pasión pudo brotar de esos instantes en los que solo fuimos nosotros: Cada uno el espejo del otro. ¡Ni siquiera llegamos a tocarnos, a rozarnos¡ Mas ahora me percato de que hubiese sido un gran error. Si ya en estos momentos siento como la flaqueza inunda mi ser y lo único que me mantiene en pié es tu recuerdo, ¿qué hubiese sido de mi si hubiese recibido más? Si ya ahora me sumiría en lo más profundo del océano para encontrarte, ¿qué sería de mí si más que mi princesa  fueses mi diosa y mi deber?

Miles de preguntas inundan cada rincón de mi mente mas una se encuentra por encima de las demás. Ante la certeza de que algún día llegaré hasta ti, ¿qué haré al verte? No lo negaré, me intimidas. Imaginar que estoy junto a ti me llena de júbilo y a la vez hace que me sienta insignificante ante tu nívea belleza. No soy nada a tu lado, no más que cualquier otro de los nuestros: Ni más elegante ni más entregado a ser quien debo ser. Y es aquí dónde mis sentimientos más primarios surgen a saludar el aire helado que ahora me acompaña. La rabia y la impotencia se apoderan de mí y me llenan de oscuras ambiciones, de terribles pensamientos. Algo, muy profundo, llama mi espíritu a las armas, algo que prefiere morir contigo a vivir sin ti. Si pudiese empuñar una espada, una lanza, una simple rosa... Son tantos los deseos que surcan las costas de mi conciencia y que no pueden ser saciados, ¡Tantos!. No estoy seguro que nadie me llegue nunca a comprender, ¿por qué motivo tengo que ser tan diferente a ti, a todos los demás? ¿Por qué?

Quisiera enterrar mi rostro entre mis manos y mis puños sobre otros ajenos. Quisiera poder sacar todo esto que llevo dentro sin tener que hablar contigo, o conmigo mismo pues, en ocasiones, ya no se para quien hablo: Si para ti o para mí.

Odio este vaivén que ahora me sostiene aquí, perdido. Giro y giro, buscando lo poco que de ti me queda, y solo veo exactamente lo que la última vez. ¿Impaciente? Por ti, no. Ni siquiera creo que seas capaz de imaginarte lo que he llegado a anhelar tu presencia. De hecho, no creo que me recuerdes, o que me vieses, o que Seas... Esta última opción me horroriza, me desborda, me enloquece. La posibilidad de que no tengas conciencia es algo que incluso prefiero obviar, no sería posible. Hubo demasiada tensión en ese momento mágico, fue mucho más que un simple voltear alrededor de un punto de equilibrio, ¿verdad? ¡¿Verdad?!

Oh, Dios, dioses, o quien sea que tiene poder para reinar aquí, ¿de verdad permitiríais una injusticia así? No respondáis, por favor. En lo más profundo de mi ser hay algo que prefiere no conocer esa respuesta.

Ser único es algo que muchos buscan y no encuentran. No son capaces de imaginar lo duro que es saber que quizás eres uno. Tan diferente que no puedes más que lamentar tu propia soledad. El hecho, pero, es que yo se que solo no estoy. Algunos otros como yo he encontrado durante mi eterno periplo, todos con alguna meta, algún objetivo, alguna obsesión. Todos deseaban necesitar para sentirse más vivos. Me envidiaban, yo era el único libre entre tantos encadenados. Y ahora he pasado a ser el que sus argollas no dejan siquiera respirar.

Debes saber que cada vez estoy más cerca del fin de esta etapa. En nada seguiré mi largo camino en tu búsqueda. Esta vez por lagos y ríos, por las cimas de las montañas y por las grietas de los glaciares. Esperame, que ya estoy llegando... Desde esa vez, ese fatídico instante en el que las turbulencias del destino nos separaron, no he dejado de sentir que te acercabas. Una y otra vez. Tal vez aquello a lo que yo llamo conciencia no es más que una variante de la locura, algún tipo de bucle infinito de pensamientos: Una órbita cerrada alrededor de ti. Es evidente, pues, que eres mi astro rey, el Sol que más que abrasarme con su calor me arropa con su recuerdo. O quizás eres mi mundo y yo soy tu Luna, siempre cayendo por ti pero nunca hacia dónde tu te encuentras, iluminada solo mientras tu no decidas eclipsar la poca luz que sobre mi ya incide. ¿Quien iba a decir que yo, precisamente, acabaría así? Y lo que es más triste es qué, en lo más profundo de mi, anidan las mayores dudas y no las mayores verdades. No puedo dejar de imaginar un universo en el que no llego a encontrare, o una noche en la que te encuentro y no hay más que un helado vacío, una ausencia de todo excepto materia.

De lo que no tengo dudas, pero, es de que te reconoceré, estés en el estado en el que estés. Seas pura e inmaculada, seas dura y helada, seas sencilla y escurridiza, seas una o seas millones. Tu esencia es todo lo que yo quiero, lo que necesito. Solo busco tu compañía y, si fuese posible, si tu me quisieses tanto como yo a ti, intentar convertirnos en uno. Quizás te parezca atrevido, o aberrante, o como prefieras llamarle, pero no estoy muy seguro de que pudiese ser feliz sabiendo que, en cualquier momento, puedo perderte de nuevo. ¿Egoísta? Sí, probablemente. Pero ¿es ser egoísta no querer perder lo que en verdad amas? Yo creo que no. No me planteo siquiera el hecho de que puedas pertenecer a otro. No quiero planteármelo pues solamente la imagen ya provoca un dolor infinito en mis entrañas. Y es difícil reprimir tanto sufrimiento cuando se que, en el fondo, nunca serás totalmente mía: Llevo demasiado tiempo fundiéndome, sublimando, dejando que mi corazón precipite y pase a ser parte de una red mucho más grande y sólida para poder moverme a través de los grandes océanos cómo para saber que dos nunca serán uno. Es algo natural: Si para dos esencias unirse fuese tan fácil ¿qué sería del amor, de la pasión? ¿Dónde quedarían los celos, las inquietudes?

Aún así, no perdamos la esperanza. Si yo puedo sentir este cauce de emociones sin ser quien debería, ¿por qué motivo no deberíamos poder romper las reglas para estar juntos? Unas normas creadas por algún dios aburrido que no quería más que complicarnos la existencia. Del mismo modo creó el dolor, el frío, el miedo, el sufrimiento, y cada día los afronto con dignidad y los desprecio para poder seguir. Seguir sin ti.

¿Te he hablado nunca del tiempo? Seguro que sí, quizás incluso hoy mismo. O ayer. O ambos. De hecho agradezco tu silenciosa escucha, tu paciencia conmigo, pero lo entiendo. Si tu me hablases una, mil, un millón de veces, no cansaría tu voz. Si me repitieses lo mismo una, mil, un millón de veces, no cansaría tu conversa. Si te viese una sola vez más, solo una, no cansaría mi viaje pues, con la certeza de que te puedo encontrar, lo repetiría hasta el atardecer de la realidad.

Hoy hace un día precioso, la verdad. El aire está quieto y muchos de nosotros lo surcamos de aquí para allá con una calma inusitada. ¿Es esto lo más triste? ¿El hecho que de entre miles seas la única que no soy capaz de encontrar? ¿O es que todo ésto no es más que el precio a pagar por la felicidad? Si es así, nadie nunca me advirtió de que la soledad era mejor que este estado de entre muerte y vida. Quizás, si hubiese sido consciente de que ésto solo me llevaría a este pozo sin fondo hubiese cerrado mi vista al mundo y me hubiese dejado llevar por las corrientes del tiempo. Con algo de suerte, de azar, no hubiese sentido tu increíble presencia, no hubiese quedado prendado de un posible imposible. Mas admito que siguiendo este camino de tirocinio y paciencia he descubierto cosas de mí que nunca hubiese imaginado. He encontrado por entre los recovecos de mi ser vestigios de emociones que no sabía ni que existiesen: Ofuscación, desesperación, esperanza, valor, obsesión, y la peor de todas, la frustración. Sentirme encerrado dentro de este cuerpo que parece no querer obedecer ninguno de mis mandatos es algo que me supera, me exaspera. Mi alma se estremece al sentirse atrapada en algo tan inerte, al no poder expresarse ante el mundo como un ente libre, y, sin embargo, lo que siento por ti ahora es tan humano... Maldita y triste ironía es lo que los dioses regalan cuando nos hacen esto, cuando permiten que un alma anide en nuestros corazones. Y más cuando ésta es capaz de sentir, de amar, de llorar.

A cada segundo que pasa me acerco más a mi actual meta y eso me reconforta. Lenta pero inexorablemente sigo el camino que el mundo decide por mí y espero que sea el que el destino cree que es la mejor ruta para llegar a ti. Las grandes corrientes me llevan en pos de mi destino y mi opinión en ello es nula, inocua. Ya quisiera yo volar a un palmo del suelo, surcar los mares a cientos de millas por hora, correr tras tus sombras cual amante siguiendo su querida en noche cerrada. Desearía poder preguntar por ti a cada rincón, encontrar un pañuelo de seda asido a un balcón para llegar a tu lecho.

Hace poco he conversado con otro cómo yo, cómo tú, cómo nosotros. Ha dicho algo que me ha hecho reflexionar mucho: “No soy nada a tu lado, no más que cualquier otro de los nuestros: Ni más elegante ni más entregado a ser quien debo ser.”. Quien iba a decir que un semejante conseguiría qué, de nuevo, pensase en ti. Me siento afortunado, pero, de encontrar gente que me hable de vez en cuando. No puedo negar que su voz me recuerda a la mía y eso es algo que nos une a todos, ¿te das cuenta? Seguro que cuando en tu alma resuenan mis palabras piensas lo mismo, ¡es inevitable! Alguna conexión ha de existir entre todos para que no pensemos que estamos solos, para que seamos conscientes de que nuestra existencia no es única. O al menos, y por el bien de mi cordura, así lo espero.

El final está aquí, viene lentamente a mi encuentro. Hace frío, mucho, por lo que tendré tiempo de sobras para prepararme la siguiente etapa. Para familiarizarme con mis nuevos y simples compañeros de viaje. Unos ya llevan un tiempo conmigo, otros nos esperan con los brazos abiertos, juntos, compactos.

Quizás no llegue nunca a sentir como un humano. Quizás mi existencia quede en una mísera anécdota, en uno que sintió cuando no debía, en una misera gota de escarcha, un solitario copo de nieve que se enamoró de un semejante y que vagó eternamente en pos de este. Probablemente no estaré nunca completo pues soy solo conciencia atada a un ancla helada que me convierte en prisionero del mundo, un prisionero inmortal que representa el amor en su faceta más dura. Nunca seré mortal y esa es la única oportunidad que me queda para encontrarte.

Hasta ese momento se que no volveré a ser feliz y éste será mi tormento. Quizás no llegue a sentir como un humano, no, pero hay algo de lo que estoy seguro: Ésta, seguro, debe ser una bonita tarde de invierno.
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